Una
de las muchas teorías sobre la muerte de Rafael (1498-1520) afirma que tenía
una vida sexual muy activa y esto pudo agravar una enfermedad pulmonar, eso nos
enseña a no subestimar la importancia que tiene dormir ocho horas y mantener las
defensas altas. Una vez captada vuestra atención con estos datos de vital
importancia no quiero que creáis que el pintor era una especie de
artista-gigoló y luego os llevéis una sorpresa cuando solo veáis una sucesión
de vírgenes, querubines y santos, ¡estáis avisados así que nada de reclamaciones!
El
Museo del Prado en colaboración con el Louvre ofrece hasta el 16 de septiembre
una exposición llamada “El último Rafael”
que se centra en los últimos siete años de vida del pintor y el trabajo de
sus discípulos Gianfrancesco Penni (1499-1546) y Giulio Romano (1499-1546).
Retrato de Baldassare Castiglione, Rafael.
Fuente: museodelprado.es
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Retrocedamos
al siglo XVI donde en el Renacimiento italiano convivían genios de la talla de
Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Ticiano o Durero, las ciudades estaban
orgullosas y trataban de asegurarse los servicios de estos maestros. Rafael era
uno de ellos y tenía un taller muy popular, no daba abasto con tanto trabajo pero
un día descubrió las ventajas de la producción en serie y así es como nosotros
sufrimos hoy las consecuencias de su apretada agenda. Por eso tenemos que leer
los carteles informativos que acompañan a las obras para saber el lóbulo de qué
oreja pintó Rafael, en otras ocasiones la autoría te la señalan como “Rafael y taller” que traducido al
lenguaje de la calle es “por probar no se
pierde nada y si acierto pues eso que me llevo”. La sensación con la que te
vas es que salvo en los casos en que solo aparece su nombre no pueden
asegurarte qué pintó, ¿la cabeza, la mano, tal vez los personajes centrales?
Una de las salas termina con tres retratos seguidos pintados por él para que te
quedes con buen sabor de boca porque tampoco te creas que vas a ver muchos más.
Es curioso que el nombre de RAFAEL sea lo más destacado en la publicidad de la
exposición, debe de ser una ironía.
Gianfrancesco,
uno de sus ayudantes, tenía un talento especial para dibujar niños similares a extraterrestres
y para que cualquier pose pareciera antinatural, gracias a esto la sala
dedicada a su pintura es la más aburrida con diferencia. A continuación vemos
la sala de Giulio Romano y la vida mejora un poco pero no demasiado porque en
general creo que lo mío no son las vírgenes y los santos.
San Miguel. Rafael y taller (?)
Fuente: wikipedia.org
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Espero
que nadie piense que menosprecio a Rafael y si es así prometo hacer una entrada
alabando sus virtudes pero es que “El
último Rafael” es un nuevo sinónimo de tedio. Son interesantes los
detallados retratos ya mencionados, los bocetos previos a las obras y su búsqueda
de la composición idónea, la influencia de Miguel Ángel y Da Vinci, el uso de
los rayos infrarrojos para analizar “La
Transfiguración”… pero no es suficiente y ahí es donde se dirige esta crítica,
al por qué de esta exposición. Por otro lado tengo ganas de meterme con la
organización del museo que normalmente es ejemplar y establece horarios para
entrar en aquellas muestras que saben que tendrán mucho público, en este caso
han decidido no hacerlo así que había un montón de gente ruidosa que se
aglomeraban como moscas delante de los cuadros, personas tan aburridas como yo
que no se atrevían a admitirlo porque estaban viendo a Rafael y lo único que
hacían era estorbarse los unos a los otros.
Lo
bueno es que la entrada es general (12 euros y gratis para menores de edad o
estudiantes), eso quiere decir que además de la exposición temporal puedes
pulular por el museo y ver lo que te apetezca de las salas permanentes para
poder recuperar la fe en el género humano. En mi caso la solución fue El Bosco
y la sala de la pintura flamenca, el antídoto perfecto contra la trillada temática
religiosa.
Dicho
esto os animo a olvidaros de todo lo que acabo de decir, a que os acerquéis a
la exposición y la disfrutéis para luego poder llevarme la contraria
alegremente.
Gran artículo, un día de estos debería pasarme por el Prado... no voy a decir que no he ido nunca porque entonces no me volverás a dirigir la palabra. El arte y yo no nos llevamos bien, es una larga historia... solo diré que de pequeña un cuadro me miró mal y desde entonces no he vuelto a ser la misma, ya no llevo chupete ni nada.
ResponderEliminarTe entiendo, los museos en la infancia pueden causar serios traumas. Mis padres por ejemplo lo solucionaban animándome a buscar perritos en los cuadros y si no los había se los inventaban.
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