Algo
se cuece en el Museo Thyssen y no son los líos de herencias entre la baronesa y
su hijo, Gauguin y sus amigos ya están aquí para hacernos el otoño más
placentero con su particular visión del exotismo.
Mata Mua (Érase una vez...),1892. Paul Gauguin
Fuente: wikipedia
Paul
Gauguin (1848-1903) antes de lanzarse a pintar atractivas tahitianas tenía una
profesión apasionante: agente de cambio en París, para simplificar, un
funcionario que trabajaba en operaciones de la bolsa. Por si esto fuera poco
también fue un respetable esposo y padre de familia (cinco churumbeles nada
menos). Lo sé, a mi también me parece incomprensible que se largara a Oceanía. Pero aunque os parezca
increíble, porque estas cosas ya no pasan, el mundo de la bolsa tiene sus
altibajos y al joven Paul le despidieron tras una de esas famosas “caídas”.
Gracias a eso se convirtió en pintor a tiempo completo y a sus 34 añazos empezó
con las emociones fuertes: aligeró peso dejando en alguna parte al resto de su
familia, buscó el contacto con otros artistas interesados en la libertad que da
la naturaleza, fue a Panamá y a Martinica, conoció a Van Gogh cuando aún tenía
dos orejas y vio cómo se cortaba una de ellas en un momento de calentura entre los
dos amigotes, etc. Pero a Gauguin la Bretaña francesa se le estaba quedando
pequeña y siguió soñando con la imagen idealizada de las civilizaciones
primitivas de forma que al final terminó viajando a Tahití y es allí donde realizó
la mayoría de las obras con las que la gente le asocia hoy en día.
La
obra del pintor está desperdigada por el mundo y esta exposición reúne parte de
ella. Podemos ver lo impresionado que estaba Gauguin con sus nuevos vecinos en “Dos mujeres tahitianas” o en los
coloridos personajes de “Parau api (¿Qué
hay de nuevo?)”, la naturaleza misteriosa y virgen de “Mata Mua (Érase una vez…)”, un cuadro que pertenece al Thyssen
pero que por desgracia no podemos ver habitualmente porque la baronesa lo
guarda debajo de su cama. Percibimos su interés por la cultura maorí y cómo ve
reflejadas en estas tierras el paraíso perdido en “Matamoe (Muerte. Paisaje con pavos reales)” o en “Mujeres en la ribera del río”.
Dos mujeres tahitianas, 1899. Paul Gauguin
Fuente: wikipedia
Pero
eso no es todo, acompañan a Gauguin otros pintores influenciados por él y que
sentían la misma pasión por lo insólito. Henri Rousseau (1844-1910) hace acto
de presencia con un solo cuadro (“Paisaje
tropical con un gorila atacando a un indio”,1910) pero a este hombre le
basta con eso para llamar nuestra atención y que no le olvidemos el resto del
día (sí no estas de acuerdo no me vuelvas a dirigir la palabra, hay cosas con
las que soy intransigente). Unos retratos de nativos de los Mares del Sur
pintados por Emil Nolde (1867-1956) harían sonrojarse a cualquiera que piense
que nosotros somos los modernos y esto ya es arte antiguo. Paisajes como “Ciudad Árabe” pintados por Kandinsky (1866-1944)
donde vemos algo diferente de lo que usualmente reconocemos en su obra y mucho,
mucho más.
Por
si os preguntáis qué fue de Gauguin os diré que murió de sífilis, cosas de vivir
la vida loca, y en cuanto a los tahitianos tienen por allí el segundo museo más
importante dedicado al artista para compensar la afición que tenía Paul por sus
mujeres y el hecho de que buena parte de sus descendientes deben de haber
heredado la nariz del pintor.
Como
siempre nada de lo que diga aquí hará justicia a la exposición por eso solo
puedo añadir que ir a ver “Gauguin y el
viaje a lo exótico” es lo mejor que podemos hacer con nuestras vidas ahora
mismo así que me despido como lo hace la última sala de la muestra, con un
fragmento de “Tabú” (F.W. Murnau/ Robert
J. Flaherty,1931).
Podréis
ver la exposición hasta el 13 de enero y el precio de la entrada va de 10 a 0
euros dependiendo del caso, pero os recomiendo que la compréis online porque es posible que os quedéis sin entrar si vais directamente.
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