domingo, 13 de enero de 2013

Grandes dibujantes para Gente Menuda




Pepita: Mira lo que dice aquí: “Gente Menuda”
Juanito: ¿Y a mí qué me importa?
¿Qué has hecho con la bolsita de caramelos que…
Pepita: Es que “Gente Menuda” somos nosotros, los niños buenos y juiciosos.
Juanito: ¡Ah! Entonces me lo traen porque me he tomado
el aceite de hígado de bacalao sin rechistar.

Adorable, tan adorable que seguramente estaréis buscando el ratón para poder cerrar esta pestaña y seguir viendo porno. Lo sé, no es fácil creerme pero confiad en mi, aunque parezca que voy a intentar captaros para que forméis parte de una secta muy puritana, no es culpa mía que la inocencia de algunos de los escritos de “Gente Menuda” provoquen retortijones al público del siglo XXI y, de todas formas, son sus ilustraciones e historietas las protagonistas de la exposición, sino fuera así yo sería la primera que saldría huyendo. El Museo ABC desempolva algunos originales de la publicación y de la mano de Felipe Hernández Cava organiza “Gente Menuda: Dibujos para un gran suplemento infantil”.

Cartel de la exposición

En 1891 apareció el primer número de “Blanco y Negro”, una revista ilustrada bastante costosa que solo podían permitirse las clases altas y medias de una sociedad con un analfabetismo del 70%, este dato es útil para entender porque los niños que aparecían en sus páginas parecían pasteles de crema con rizos, bordados y trajes de marinerito. “Gente Menuda” comenzó siendo una sección dentro de esta publicación, en 1905 pasó a formar parte del nuevo diario ABC y en 1907 por fin se convirtió en un suplemento. Finalmente desaparece el 27 de diciembre de 1914 debido a las divisiones en la prensa provocadas por la Primera Guerra Mundial, las dificultades para obtener papel y la disminución de la publicidad. 

De esta primera etapa vemos en la exposición los detallados dibujos de animales y entornos naturales de Santiago Regidor (solo le hacía falta carboncillo y lápiz para liarla parda), las ilustraciones a tinta de Francisco Sancha y las sencillas historietas de Xaudaró, Ramón Cilla y Atiza, en el caso de los dos últimos siempre se acompañaban las viñetas con unas líneas debajo que describían todo y que no hacían falta, pero ya sabemos que en esos tiempos el prestigio de la palabra pesaba.

La publicación volvería a surgir de 1928 a 1936, el período dorado donde se reflejaría la fuerte influencia de las vanguardias. En la muestra vemos un pasillo con una sucesión de portadas en las que aparecen el Conejo Roenueces, los niños Lita y Lito o Don Oppas, todos ellos creaciones de Francisco López Rubio que tiene una exposición centrada únicamente en él en el mismo edificio, llena de curiosidades y la continuación perfecta de “Gente Menuda”.

Algunas ilustraciones de Alonso y Sancha
Lo mejor son las ilustraciones que rodean la sala grande, nadie diría que se realizaron en los años 30. Allí están los ya mencionados Sancha o Regidor pero aparecen otros geniales como K-Hito, Azpiri, Antonio Barbero, Félix Alonso, A.T.C., Carlos Tauler, Hidalgo de Caviedes, Bartolozzi… mierda, seguro que me dejo alguno. La selección que han realizado los organizadores es perfecta, han sido capaces de escoger entre gran cantidad de material las muestras más representativas y lo han hecho pensando en el público de hoy, es decir, personas que no tenemos ni idea de lo que es “Gente Menuda” ni conocíamos a todos esos artistas. Es curioso que Celia, su personaje más famoso, sea el que peor ha aguantado el paso del tiempo, al menos esa es la sensación que tengo al ver sus páginas rodeadas por ilustraciones e historietas de la misma época.
Supongo que debería avisar a los futuros visitantes de que posiblemente haya niños en la sala; niños ruidosos, alegres y con muchas ganas de corretear por todas partes. Si odias a estos pequeños seres te aconsejo que no vayas un fin de semana pero no puedo asegurar que de lunes a viernes no te topes con alguna excursión escolar.

Sala central de "Gente Menuda"
Podréis ver la exposición de “Gente Menuda” hasta el 3 de marzo pero la de Francisco López Rubio es solo hasta el 20 de enero. La entrada de las dos es gratuita y aunque la exposición sobre el legado de la Duquesa de Alba ha recibido mucha más atención por parte de la prensa me parece que me quedo con esta porque es divertida, imaginativa, rescata parte del pasado de la historieta y la ilustración española y, Señora Duquesa, la entrada no cuesta diez euros.


Yo Mataré Monstruos Por Ti.

A María Moreno Prieto.

La primera vez que oí la palabra Alzheimer, la olvidé. La segunda vez fue algo más familiar, en un hospital, en una de las camas de una habitación en la que yo no quería estar. También la olvidé. La tercera vez fue en clase de religión. A partir de ahí tuve algo de memoria retentiva o memoria simple o algún nombre científico para el recuerdo, y ya no se me olvidó. A partir de ahí, todo fue a peor.

Aprendí qué hace, cómo actúa y te jode las horas de la comida y la noche, sus nulas, putas motivaciones, su dieta, sus farolas, su obsesión por saber la hora, cerrar la puerta, desconectar los enchufes, subir el volumen, preguntar repetidamente lo mismo, contar repetidamente lo mismo, esponjar los cojines, sentarse y levantarse, más obsesiones, sus tartamudeos, su sombra, su vis a vis con la cordura, sus atajos hacia callejones sin salida, sus miedos sin griteríos, su vanagloria sin gloria, su innegable don de mensajero, su inexistente trazo de esperanza, su hiriente corrosión poquito a poco como un mirlo.

Por lo visto aprendí que sabe derrotar las murallas de la memoria, que fue tu amiga y tu enemiga. Y entonces la recuerdas: "¿Memoria? no sé, sube el volumen, siéntate y dime, ¿qué se sentía recordando las cosas?". ¡Ah! Si te quitan la memoria, ¿has vivido? Aprendí muchas cosas, como que el olvido es un arma (de doble filo), que el recuerdo es una hoja de papel (de doble cara), que el alzheimer es la primera muerte. La lenta y dolorosa. La que fatiga. La que se llora. La que tú recuerdas. La que ella olvida.

Ahora escucho mucho esa palabra. Sobre todo cuando la gente me pregunta cómo está mi abuela, y cuento cosas como que no se está quieta o que grita a sus seres queridos o que se despierta por la noche a comprobar las ventanas o que esconde trozos de pan por la casa. Ellos responden: "puede ser principio de alzheimer" y pienso dos cosas: la primera es que jamás has de ponerle tu nombre a una enfermedad (si acaso a una estrella o a un banco del parque); la segunda es que todo puede ser el principio de todo o de algo. Pero hasta los principios se olvidan...

Mi abuela nunca ha visitado la Alhambra, aunque es de un pueblo de Granada. La vio por fuera y no se le olvida. Según ella, es hermosísima y, siguiendo lo que dice la tele, amén de que se inventa palabras, ‘la Alhambra tiene mucha nombrería’. Ésta es mi abuela, natural, suya.

A mi abuela no le gusta el mar, no lo conoce. Pero ella es, sin saberlo, todo un océano. A ella le debo todo,  cosas que están detrás de la Luna . Mi primer acertijo, donde Pingo Pingo es chorizo y Mango Mango un perro, mis palabras extrañas, como alacena, liebres magallonas o pillacorbata, mi pasión por los cuentos que con tanto mimo ahora escribo, porque ella de siempre contó historias, un juglar moderno del que no te cansas, porque la misma historia nunca es la misma en sus labios, ya torcidos por el paso de 93 años. Ella siempre es nueva para mí:

Tiene la historia de una bomba que mató a una amiga suya en la guerra, de cómo aprendió de los moros a decir cebolla en árabe, la historia de la belleza de sus hermanas en el pueblo, de cómo se metía con la tonta de allí dónde nació con las compañeras de aventuras y cómo se hizo esa cicatriz en el muslo que se tapa con su enlutada (¡Ay de mi abuelo!) y sempiterna falda, de la vez que bebió porque su hermana la emborrachó y ya nunca más probó el alcohol,…

Pero la demencia senil o el alzheimer o como cojones se llame ese embrión olvidalotodo está erosionando tus cabellos, abuela, ya cortos y tristes, está haciendo obedecer a tus párpados cada vez más la la ley de la gravedad, está haciendo de tus labios dos líneas paralelas, muy simples y complejas, muy de maderos ardiendo, muy de versos acabados y releídos, está haciendo de tu cuello un papel plegado, una cordillera de lo que tú nombras pellejo, de tus manos un fácil acertijo de venas y un mapa de lo pálido, de tus ropajes el más conocido de los secretos y de tu voz un tesoro cada vez más y cada vez más y cada vez más codiciado.

Por eso me siento orgulloso de poder decirte, abuela María, que aquella noche abuela te recordé que te tomaras las pastillas mientras hacíamos del sofá una cama. Y tú, que me escuchas hasta en el silencio, me hiciste caso, sin rechistar, y te las tomaste con la benevolencia de los árboles maduros, tragando mansamente, con una ola serena de saliva, mi consejo. Y aquella noche dormiste plácida, de mármol, sin pesadillas. Y por eso abuela puedo decir que yo he matado monstruos por ti. Tus monstruos. Porque te ayudé a matarlos aunque no supieras que te defendía. Y si alguna vez vuelven, di una palabra al aire, la que sea: castillo, pepitoria, Granada, recuerdo,…que allí estaré yo, sin espada, sin escudo, es cierto, sólo yo abrazándote, matando tus monstruos cada noche hasta el día que no podamos defendernos del monstruo último. Y me mancharé las manos si hace falta hasta entonces. Porque no quiero que olvides. Porque ya sé cómo hacerlo. Ya maté monstruos por ti, aquella noche. Y los volvería a matar, abuela. Y los volveré a matar.


miércoles, 9 de enero de 2013

Huida hacia adelante

Habrán pasado ya más de diez años desde que acaeciera el milagro, de que se desencadenara la auténtica magia (pues a qué otra cosa si no cabría achacarlo), y un súbito interés por la lectura sacudiera a la población mundial. Eran buenos tiempos, aquéllos, cuando veías a unos señores de más de sesenta años leyendo volúmenes con un dibujo así como infantil en sus portadas; cuando un libro, por una vez, era una buena opción a la hora de hacerle un regalo a alguien; y cuando críos de 9 o 10 años rebosaban las librerías ataviados con gafas redondas, túnicas raídas y cicatrices pintarrajeadas con forma de rayo.

Éste no soy yo de chico, pero debería serlo

   Podrá argüir alguien que este interés por la lectura (que conste que me estoy refiriendo, al menos por ahora, a lectura, y no literatura) se puede sentir también en nuestra aciaga actualidad, pero sólo podrá obtener por mi parte un bufido de desprecio. No me fastidie. Compararme a Harry Potter (sí, amiguitos, de él y sus millones de todo es de lo que hablamos) con los vampiros mariquillas que dejan brillar al sol las gemas que cubren su pecho, o con las jóvenes marimacho que se entretienen disparando flechas en distopías vagas y facilonas. Por no hablar de Cincuenta sombras de Gray, contra la que podría deshacerme en chistes malintencionados, pero creo que su ya asentada consideración de "porno para madres" me exime de ese deber. Por favor. Es Harry Potter, queridos amigos. Y la amplia mayoría de la población planetaria (eso quiero creer, que el cinismo no la haya diezmado aún) sabe que eso son palabras mayores, y que nunca habrá nada igual. 
   Qué voy a contar que no sepáis, mis queridos lectores de best-sellers. El fenómeno literario (bueno, aún no, llamémoslo comercial) que supuso la saga creada por J. K. Rowling dudosamente podrá ser igualado en el futuro, y me refiero a términos creativos, no sólo a los meramente económicos, aunque esta última sea tan rica como la Reina de Inglaterra y la Stephenie Meyer, por otro lado, diga ser mormona, por lo que seguro que violará gatitos o, qué sé yo, seguirá escribiendo. Que viene a ser lo mismo.
   El asunto es que, con el paso de los años, no pudo verse como la bendición cultural que Harry Potter, esto es indiscutible, supone. Había que ir más allá del hecho de que montones de niños que no habían cogido un libro en su vida leyeran ávidamente las aventuras de Harry Potter. Había que ser transgresor. Había que ser capullo. "Mala literatura", "Carencia de estilo", "Lectura facilona". Lindezas de este tipo, propias de gente que a lo mejor lo único que ha leído en su vida ha sido Marcel Proust y que, por lo tanto, está bastante amargada, y no ven más allá de su tiempo perdido.
   Sinceramente espero que con su último libro esta tontería generalizada escampe. Porque sí, J. K. Rowling, tras la última entrega de Harry Potter (y posiblemente la peor), ha vuelto a publicar algo, y esta vez no se trata de "Criaturas mágicas y dónde pagarlas", o de "Los sablazos de Beedle El Bardo", no. Es una novela independiente, se llama "Una vacante imprevista", y en la contraportada dice ser para adultos. Oséase, que J. K. Rowling, o se corona, o se va discretamente al carajo.

Este zagal no ha tenido tanta suerte alejándose de Harry Potter. Porque, quiero decir, sigue siendo Harry Potter, en pelotillas, al lado de un caballo blanco, ¿no? ¿Es eso?

   Y ya adelanto que mi estimada señora se ha coronado. Y deseo fervientemente que, al tratarse de una novela "seria", haga salir de su error por fin a esos críticos que la leen por encima del hombro, o ni eso.  Porque, a ver si se os hace la boca agua, esta nueva obra va de crítica social, de ambientes marginales, de drogas, de sexo, de adolescencia problemática y de, ante todo, mucha infelicidad. Nada que ver con Hogwarts o con sus mágicos habitantes, tan positivos y valientes, si acaso con Severus Snape, quien, como todo el mundo sabe, supone el mejor personaje de todos ellos. 
   Se trata de una historia coral, que examina las vidas y miserias de los habitantes de un pueblecito llamado Pagford. Un concejal acaba de morir, y su plaza vacante será disputada por varios de los conciudadanos. Claro está, sólo es un punto de partida, uno que permita que ya afloren los primeros recelos y se fragüen las primeras intrigas. Llevándolo al terreno hitchcockiano no devendría más que un mcguffin y, he de decir, uno de los más eficaces que he experimentado, pues al final del libro cuesta creer que todo lo narrado haya tenido un comienzo tan sencillo y frívolo. 
   La historia, como únicamente comprobará el lector cuando llegue a su final, está admirablemente ensamblada, y se nota en ello la mano de su autora (la recordaba en muchas ocasiones cuando, increpada sobre el final de las aventuras del niño mago, ella respondía que "lo tenía todo pensado", y que "el primer capítulo fue lo primero que escribió"). Aparte de este aspecto, no tan excepcional como podría parecer en un principio, se nota el estilo de Rowling (para todos aquellos que digan que no tiene de eso), en la creación de personajes.
   Todos y cada uno de ellos tienen sus luces y sombras, más de estas últimas, y las relaciones entre cada uno de ellos están descritas de un modo inmejorable. Por mencionar a algunos, iré a mis favoritos, que no es que me caigan bien (ninguno, creo, caerá bien a nadie totalmente), pero sí son los focos de las tramas más interesantes. Empezamos por Stuart Fats Wall, una especie de Holden Caulfield con mucha más mala leche; inmediatamente después está su apocada madre, Tessa Wall, orientadora del instituto y, creo, el componente más positivo del retablo; Samantha Mollison, una mujer amargada y sarcástica que desprecia a su marido, el cual se va a presentar a la plaza vacante del concejo; Andrew Pryce, el mejor amigo de Fats, cuyo padre le maltrata; Sukvinder Jawanda, una chica hindú que sufre de dislexia, bullying y tendencias suicidas (la alegría de la huerta, vamos); Kay, la neurótica asistente social; o Krystal Weedon, sin duda el personaje más trágico de todos, y eso, creedme, es decir mucho.
   No debiera, sin embargo, enumerar los conflictos entre cada uno de estos personajes, no sólo por el trabajo que me llevaría sino porque la proliferación de éstos es una parte primordial para la experiencia que J. K. Rowling nos propone. Una vacante imprevista se va desarrollando poco a poco, presentando a los personajes, con unas primeras 100 páginas que pueden hacerse, para qué engañarse, bastante aburridas. Este tedio puntual, necesario, será compensado con creces, sobre todo llegando al tramo final, que supone, sin temor a equivocarme o a exagerar, de lo más descorazonador y deprimente que he leído nunca. 

"Soy rubia pero escribo sobre la naturaleza humana, y me sale que te cagas, por cierto"

   Una vacante imprevista es un libro muy chungo, amiguitos, y miedo me da que algún padre, fiándose sólo del nombre de la autora, se lo regale a su hijo pequeño, y éste lo lea. No ya por el lenguaje soez, o las escenas de sexo (éstas son descritas con esa típica naturalidad y aridez que ya conocemos en J. K.), sino por la experiencia global de la lectura. Hasta el más amargado lector de Proust llegará al final de la novela sin aliento, indefenso, atrapado en una lectura que, de tan adictiva como acaba revelándose (eso no es nuevo tampoco, ¿verdad?), no podrá dejar ni aunque quiera, ni aunque se harte de una visión tan real y pesimista de la condición humana.
   ¿Alguna pega que ponerle? Pues la misma que, en su día, le puse a la película Network, de Sidney Lumet (un trabajo que tampoco era de arte y ensayo precisamente). La novela peca de tremendista, y por momentos llega a ser difícil de creer que todos y cada uno de los personajes sean tan miserables, o tengan tan mala suerte (como cuando uno de ellos revela ser un pedófilo en potencia, que ya era lo que faltaba). Como en Network, que si no la habéis visto tenéis un gran pecado que expiar, a veces no vendría mal un poco de mesura. Algún personaje que diera buen rollo, que añadiera un punto de racionalidad. Pero nada.
   En todo caso, este ansia por deprimirnos fue una decisión plenamente consciente de J. K. Rowling, a quien ahora respeto más si cabe. Quiso hacerlo así, quiso hacer algo radicalmente diferente, y mejor no podría haberle salido el empeño. La demiurga del niño mago ha sabido huir de la sombra de éste lejos, muy lejos, y el esfuerzo por no encasillarse le ha salido redondo, al menos literariamente. 
   Porque, en efecto, hablamos de literatura. Cojones ya.