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miércoles, 9 de enero de 2013

Huida hacia adelante

Habrán pasado ya más de diez años desde que acaeciera el milagro, de que se desencadenara la auténtica magia (pues a qué otra cosa si no cabría achacarlo), y un súbito interés por la lectura sacudiera a la población mundial. Eran buenos tiempos, aquéllos, cuando veías a unos señores de más de sesenta años leyendo volúmenes con un dibujo así como infantil en sus portadas; cuando un libro, por una vez, era una buena opción a la hora de hacerle un regalo a alguien; y cuando críos de 9 o 10 años rebosaban las librerías ataviados con gafas redondas, túnicas raídas y cicatrices pintarrajeadas con forma de rayo.

Éste no soy yo de chico, pero debería serlo

   Podrá argüir alguien que este interés por la lectura (que conste que me estoy refiriendo, al menos por ahora, a lectura, y no literatura) se puede sentir también en nuestra aciaga actualidad, pero sólo podrá obtener por mi parte un bufido de desprecio. No me fastidie. Compararme a Harry Potter (sí, amiguitos, de él y sus millones de todo es de lo que hablamos) con los vampiros mariquillas que dejan brillar al sol las gemas que cubren su pecho, o con las jóvenes marimacho que se entretienen disparando flechas en distopías vagas y facilonas. Por no hablar de Cincuenta sombras de Gray, contra la que podría deshacerme en chistes malintencionados, pero creo que su ya asentada consideración de "porno para madres" me exime de ese deber. Por favor. Es Harry Potter, queridos amigos. Y la amplia mayoría de la población planetaria (eso quiero creer, que el cinismo no la haya diezmado aún) sabe que eso son palabras mayores, y que nunca habrá nada igual. 
   Qué voy a contar que no sepáis, mis queridos lectores de best-sellers. El fenómeno literario (bueno, aún no, llamémoslo comercial) que supuso la saga creada por J. K. Rowling dudosamente podrá ser igualado en el futuro, y me refiero a términos creativos, no sólo a los meramente económicos, aunque esta última sea tan rica como la Reina de Inglaterra y la Stephenie Meyer, por otro lado, diga ser mormona, por lo que seguro que violará gatitos o, qué sé yo, seguirá escribiendo. Que viene a ser lo mismo.
   El asunto es que, con el paso de los años, no pudo verse como la bendición cultural que Harry Potter, esto es indiscutible, supone. Había que ir más allá del hecho de que montones de niños que no habían cogido un libro en su vida leyeran ávidamente las aventuras de Harry Potter. Había que ser transgresor. Había que ser capullo. "Mala literatura", "Carencia de estilo", "Lectura facilona". Lindezas de este tipo, propias de gente que a lo mejor lo único que ha leído en su vida ha sido Marcel Proust y que, por lo tanto, está bastante amargada, y no ven más allá de su tiempo perdido.
   Sinceramente espero que con su último libro esta tontería generalizada escampe. Porque sí, J. K. Rowling, tras la última entrega de Harry Potter (y posiblemente la peor), ha vuelto a publicar algo, y esta vez no se trata de "Criaturas mágicas y dónde pagarlas", o de "Los sablazos de Beedle El Bardo", no. Es una novela independiente, se llama "Una vacante imprevista", y en la contraportada dice ser para adultos. Oséase, que J. K. Rowling, o se corona, o se va discretamente al carajo.

Este zagal no ha tenido tanta suerte alejándose de Harry Potter. Porque, quiero decir, sigue siendo Harry Potter, en pelotillas, al lado de un caballo blanco, ¿no? ¿Es eso?

   Y ya adelanto que mi estimada señora se ha coronado. Y deseo fervientemente que, al tratarse de una novela "seria", haga salir de su error por fin a esos críticos que la leen por encima del hombro, o ni eso.  Porque, a ver si se os hace la boca agua, esta nueva obra va de crítica social, de ambientes marginales, de drogas, de sexo, de adolescencia problemática y de, ante todo, mucha infelicidad. Nada que ver con Hogwarts o con sus mágicos habitantes, tan positivos y valientes, si acaso con Severus Snape, quien, como todo el mundo sabe, supone el mejor personaje de todos ellos. 
   Se trata de una historia coral, que examina las vidas y miserias de los habitantes de un pueblecito llamado Pagford. Un concejal acaba de morir, y su plaza vacante será disputada por varios de los conciudadanos. Claro está, sólo es un punto de partida, uno que permita que ya afloren los primeros recelos y se fragüen las primeras intrigas. Llevándolo al terreno hitchcockiano no devendría más que un mcguffin y, he de decir, uno de los más eficaces que he experimentado, pues al final del libro cuesta creer que todo lo narrado haya tenido un comienzo tan sencillo y frívolo. 
   La historia, como únicamente comprobará el lector cuando llegue a su final, está admirablemente ensamblada, y se nota en ello la mano de su autora (la recordaba en muchas ocasiones cuando, increpada sobre el final de las aventuras del niño mago, ella respondía que "lo tenía todo pensado", y que "el primer capítulo fue lo primero que escribió"). Aparte de este aspecto, no tan excepcional como podría parecer en un principio, se nota el estilo de Rowling (para todos aquellos que digan que no tiene de eso), en la creación de personajes.
   Todos y cada uno de ellos tienen sus luces y sombras, más de estas últimas, y las relaciones entre cada uno de ellos están descritas de un modo inmejorable. Por mencionar a algunos, iré a mis favoritos, que no es que me caigan bien (ninguno, creo, caerá bien a nadie totalmente), pero sí son los focos de las tramas más interesantes. Empezamos por Stuart Fats Wall, una especie de Holden Caulfield con mucha más mala leche; inmediatamente después está su apocada madre, Tessa Wall, orientadora del instituto y, creo, el componente más positivo del retablo; Samantha Mollison, una mujer amargada y sarcástica que desprecia a su marido, el cual se va a presentar a la plaza vacante del concejo; Andrew Pryce, el mejor amigo de Fats, cuyo padre le maltrata; Sukvinder Jawanda, una chica hindú que sufre de dislexia, bullying y tendencias suicidas (la alegría de la huerta, vamos); Kay, la neurótica asistente social; o Krystal Weedon, sin duda el personaje más trágico de todos, y eso, creedme, es decir mucho.
   No debiera, sin embargo, enumerar los conflictos entre cada uno de estos personajes, no sólo por el trabajo que me llevaría sino porque la proliferación de éstos es una parte primordial para la experiencia que J. K. Rowling nos propone. Una vacante imprevista se va desarrollando poco a poco, presentando a los personajes, con unas primeras 100 páginas que pueden hacerse, para qué engañarse, bastante aburridas. Este tedio puntual, necesario, será compensado con creces, sobre todo llegando al tramo final, que supone, sin temor a equivocarme o a exagerar, de lo más descorazonador y deprimente que he leído nunca. 

"Soy rubia pero escribo sobre la naturaleza humana, y me sale que te cagas, por cierto"

   Una vacante imprevista es un libro muy chungo, amiguitos, y miedo me da que algún padre, fiándose sólo del nombre de la autora, se lo regale a su hijo pequeño, y éste lo lea. No ya por el lenguaje soez, o las escenas de sexo (éstas son descritas con esa típica naturalidad y aridez que ya conocemos en J. K.), sino por la experiencia global de la lectura. Hasta el más amargado lector de Proust llegará al final de la novela sin aliento, indefenso, atrapado en una lectura que, de tan adictiva como acaba revelándose (eso no es nuevo tampoco, ¿verdad?), no podrá dejar ni aunque quiera, ni aunque se harte de una visión tan real y pesimista de la condición humana.
   ¿Alguna pega que ponerle? Pues la misma que, en su día, le puse a la película Network, de Sidney Lumet (un trabajo que tampoco era de arte y ensayo precisamente). La novela peca de tremendista, y por momentos llega a ser difícil de creer que todos y cada uno de los personajes sean tan miserables, o tengan tan mala suerte (como cuando uno de ellos revela ser un pedófilo en potencia, que ya era lo que faltaba). Como en Network, que si no la habéis visto tenéis un gran pecado que expiar, a veces no vendría mal un poco de mesura. Algún personaje que diera buen rollo, que añadiera un punto de racionalidad. Pero nada.
   En todo caso, este ansia por deprimirnos fue una decisión plenamente consciente de J. K. Rowling, a quien ahora respeto más si cabe. Quiso hacerlo así, quiso hacer algo radicalmente diferente, y mejor no podría haberle salido el empeño. La demiurga del niño mago ha sabido huir de la sombra de éste lejos, muy lejos, y el esfuerzo por no encasillarse le ha salido redondo, al menos literariamente. 
   Porque, en efecto, hablamos de literatura. Cojones ya.

viernes, 21 de diciembre de 2012

De tangos, romances y egos

Escribo estas líneas a la víspera de que el mundo se acabe, y las enfoco como la rúbrica de un testamento impersonal y desencantado, como una broma irrelevante que se ahoga en su propia estupidez y diáfano desconocimiento. Hablando en plata, que los mayas me la traen bastante floja, y que si no os molesta ni estáis ocupados abrazando a vuestras familias, consumando extremaunciones o pagando a lumis para que os desfloren de una santa vez, voy a hablaros del último libro de Arturo Pérez-Reverte. 

Los que hicieron este cartel están muertos

   Dicho caballero, imagino, no necesita presentación alguna por mi parte, y no sólo por ser uno de los autores más leídos de nuestro país, sino también por su, cuanto menos, peculiar personalidad, que encuentra periódico desahogo en una columnita de El Semanal y en el bar de una tal Lola. Sí, porque resulta que también es periodista, o lo fue, volviendo, tras varios años cubriendo conflictos armados, a su querida España para ponerla de vuelta y media al mismo tiempo que proclamaba cuánto la amaba y se lamentaba de su suerte. Últimamente, claro, esa bilis que siempre se empeñó en derramar justificadamente sobre nuestra patria no resulta tan transgresora, sino que ha devenido en más de lo mismo, pero conservando su gracia. Porque nadie insulta a los señores ministros, senadores y gente de similar calaña como Pérez-Reverte, nadie se caga con tanto ingenio en la basura que el día a día deposita en nuestra puerta como Pérez-Reverte, y nadie tiene un ego tan grande como Pérez-Reverte. Un ego tan grande que cuando nuestro estimado literato procedente de Murcia (y no del País Vasco, como cuenta la leyenda) viaja en avión ocupa dos plazas. De ventanilla a ventanilla.
   Y a pesar de que se dedique a escribir best-sellers (en verdad es una tragedia que sus libros se vendan tanto, ¿no?) es un escritor como la copa de un pino, que con el paso de los años ha ido puliendo un estilo personal, caracterizado por la mala leche, los diálogos afilados y más mala leche aún. Ahí tenemos la saga de El capitán Alatriste que, aunque no logre que los niños dejen de ser cada vez más imbéciles, se lee en las escuelas, algo así como pedagógicamente. También tenemos esas dos pequeñas joyas (que también deberían ser lecturas obligadas para los infantes, y resumidas con la ayuda de El Rincón del Vago, o con lo que sea que haya ahora), llamadas La sombra del águila y Cabo Trafalgar. La reina del sur (inspiración de un culebrón venezolano en el que Pérez-Reverte también se cagó en su momento), La piel del tambor, El húsar (su primera novela, escrita cuando llevaba gafas y no imponía ningún respeto), El pintor de batallas... Todos sus libros, con excepción de El asedio (un ladrillo de proporciones históricas), merecen la pena, y están muy bien escritos.

Jijijijijiji

   Todos éstos ahondan en el tema por antonomasia de Pérez-Reverte: lo crueles y lo imbéciles que todos, intrínsecamente, somos. Ya sabéis, que el hombre es un lobo para el hombre, que es el animal que más se parece al ser humano, etecé. Puede recurrir a episodios históricos o a enrevesadas tramas policíacas, pero siempre acabaremos en un punto común, y aquella frase que dice que un autor siempre escribe la misma novela nunca será tan cierta como en el caso de Arturito. O a lo mejor no.
   Porque su último libro, El tango de la Guardia Vieja, me ha sorprendido bastante, en ese aspecto. Pérez-Reverte quizá será capaz de reírse de un pobre ministro que llora, pero eso no quita que tenga su corazoncito. Y es que, por primera vez en su (gran) trayectoria literaria, ha escrito una historia de amor completa, desesperadamente romántica, una tragedia encantadora de ésas que, mientras discurren y se complacen en ponerle todos los impedimentos posibles a los protagonistas para que no acaben juntos, te vas enamorando de ellos. Tanto de él, Max Costa, un ladrón de guante blanco que, según Pérez-Reverte, está buenísimo, como de ella, Mecha Inzunza, una aristócrata de moral descuidada y selectivas perversiones. Cómo no, esta última está casada (con un compositor de tangos, para más señas), y busca emociones fuertes, encontrándolas en un, aparente, bailarín profesional a bordo de un crucero que va hacia Buenos Aires. Como podéis observar, la estampa no podría ser más romántica, más folletinesca, y eso que aún no os he hablado (ni lo voy a hacer, leeros el maldito libro) de la trama de espionaje, de los callejones de Buenos Aires, de la Guerra Civil o de la Guerra Fría focalizada en campeonatos de ajedrez.

Cara del escritor cuando los académicos de la RAE le preguntaron: "¿Qué prefieres, T minúscula o T mayúscula?"

   Todo eso, y mucho más, es lo que el lector se puede encontrar en El tango de la Guardia Vieja, una novela que se aleja, desde su misma premisa, de lo típico que nos suele ofrecer el autor (apenas hay tiros, o grandiosos insultos), pero que no deja de ser revertiana como la que más, con todo lo bueno y lo malo que eso nos deja. Así, encontramos diálogos sublimes, ricos en frases épicas (Max Costa es un grande, y a veces cuesta creer que sea tan ingenioso), y personajes complejos, atractivos y sumidos en ese aura de dignos perdedores a la que el bueno del autor nos tiene acostumbrados. Y, también, nos encontramos con descripciones demasiado prolijas (el tío es como Tolkien, pero en vez de estudiar puertas pintadas de negro se dedica a contarnos EN TODO MOMENTO como están vestidos todos y cada uno de los personajes) y soluciones argumentales efectistas que acaban acusando demasiados cabos sueltos (el asunto del espía republicano podría haber dado más de sí). 
   En fin, pero Pérez-Reverte es como es, y yo le quiero como es, del modo más heterosexual posible. Sobre todo ahora que parece saber escribir sobre el amor con innegable acierto, y con una inédita sensibilidad (hay pasajes según acabamos que llegan a ser hasta poéticos). Además, sigue sumergiéndonos en épocas y ambientes como nadie (me río yo de Ken Follet y de sus libros sin fin), y su minucioso y usual trabajo de documentación vuelve a lograr que sepamos más cosas sobre temas que ni siquiera sabíamos que nos interesaban (como el tango o el ajedrez, del que ya hizo su tesis doctoral en La tabla de Flandes). Sólo queda proclamar este libro como uno de los más conseguidos del autor, y reiterar mi orden de que lo leáis en cuanto tengáis ocasión, antes de que se vuelva a acabar el mundo y tal. O eso, o Pérez-Reverte os insultará por Twitter. Vosotros veréis.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos

Estamos en crisis. No le descubro nada a nadie, no enmascaro la realidad, no transgredo con ninguna visión rompedora de folletín que embellezca la situación y la tuerza en dirección a nuestros gobernantes y políticos, que son los culpables de todo, y tal y cual, no nos representan, lo llaman democracia y no lo es. Sólo presento un contexto, el de la realidad social de cada día, una que ha tornado cotidiana y familiar. Los números rojos, el desempleo, los desahucios, las cuestas de finales de mes, las malas inversiones, los pequeños dramas. Situaciones que ahora no nos son desconocidas, y que siempre hubimos de temer, pero que hace unos quince años semejaban lejanas, pesadillescas, literarias.
   Ya entonces, la familia García Moreno iba dando tumbos entre de crisis y crisis. Residía en un piso sin ascensor de Carabanchel (Alto), constituyente en un matrimonio de dos hijos más el abuelo, que se había venido de un pueblo de Cuenca a vivir con ellos para que se le sacara jugo a su malbaratada pensión. El padre era camionero, y sólo podía ver a su familia tres días a la semana. La madre era una sufrida ama de casa de inigualable genio. Uno de los hijos se llamaba Manolo, como su padre.
   Yo me crié con Manolo (al que todos en el barrio lo llamaban por el diminutivo, y por el apellido de Gafotas) y con su hermano pequeño Nicolás, apodado sin mala intención, únicamente por pragmatismo y el nene estaba de acuerdo, el Imbécil. Fui al instituto Diego de Velázquez donde la sita Asunción nos tachaba de delincuentes día sí y día también, dejando entrever un espíritu maternal que supe advertir con el paso de los años mientras compartía pupitre con el Orejones López, Yihad, Susana Bragas Sucias, Mostaza, Paquito Medina, Óscar Mayer o Melody Martínez, entre otros. Luego íbamos al Parque del Ahorcado a jugar a las cosas más brutas y estúpidas que pueda imaginarse, acosados de vez en cuando por los macarras del instituto Baronesa Thyssen. Y, sazonados con los gritos de nuestras madres desde el balcón para que volviéramos a casa a cenar, así pasaban los días, los meses y los años, sin que llegaran cartas de Hogwarts, sin que fuéramos acosados por vampiros diurnos de andrógina sexualidad; tampoco venían insinuantes jamonas parecidas a Jennifer Lawrence disparando flechas. Pero todos y cada uno de aquellos días, meses y años, fueron inolvidables.


   Mi infancia no se podría entender sin Manolito Gafotas, y como la mía la de muchos como yo. Devoraba los libros una y otra vez, me reía aun cuando hubiera ciertas referencias al mundo de los adultos que no alcanzaba entonces a comprender, ansiaba la llegada del siguiente ejemplar. Después de Manolito tiene un secreto (a la postre, el más flojo de todos), esta espera se prolongó lo indecible. Acabé casi olvidándome, crecí, llegué a la adolescencia y me maté a pajas, llegué a la madurez en la que supongo que llegué a encontrarme y también me maté a pajas, y Elvira Lindo no escribió más libros sobre el primogénito de los García Moreno. La historia quedó en suspenso, configurándose al cabo como un bello pero inconcluso recuerdo. 
   Hasta ahora. En el peor momento que atravesamos, con la crisis, la inocencia abatida y el desengaño fresco, llega un nuevo título de la saga, Mejor Manolo, y observemos ya desde el título toda una declaración de intenciones que, por suerte y habiéndolo leído en poco menos de un día, no llega a serlo tanto. Manolito ya no quiere que le llamen así, que ha crecido, jolines, dos años hace desde la última desventura, ahora es el mayor de tres hermanos. Persigue una madurez ansiada pero, por serlo de tal modo, una que nunca llega a alcanzar, y acaba siendo el mismo de siempre. Ingenuo, perspicaz, indefectiblemente charlatán. Y su visión de las cosas conserva el mismo encanto, el humor sarcástico por forma pero no por fondo, el aroma de las mejores historias, el arte de la Elvira Lindo más inspirada y retraída a su propia niñez.
   Porque, en efecto, Mejor Manolo no sólo es un gran libro, sino que puede presumir de quedar a la altura de títulos como Pobre Manolito, Los trapos sucios o Manolito on the road. Todos los personajes están ahí, perfectamente reconocibles, tan reales como la vida misma. El Imbécil ya no usa chupete (al menos según las ilustraciones de Emilio Urberuaga), pero sigue siendo el puto amo, aunque ahora tenga que competir con su hermanita Chirli (de Chirli Temple) por la atención de los adultos. El abuelo Nicolás sigue molando un pegote. La Boni y Bernabé se mantienen también y siguen siendo adorables, cada uno a su modo. A Yihad siempre nos entrarán ganas de aviarle a collejas de efecto retardado. Y prefiramos no hablar de aquellos aprietos económicos entre los que siempre se hallaron metidos los García Moreno y que siguen estando, hoy más que nunca, a la orden del día.


   Pues resulta que, previo al estallido de la burbuja inmobiliaria, a los García Moreno les dio por comprar un secarral en la carretera de Toledo, en el que construirían un día de éstos, cuando las cosas les fueran algo mejor, el chalé adosado de sus sueños. También ocurrió que sufrieron lo suyo con Bankia. La madre, Catalina (uno de los mejores personajes de la literatura española), tuvo que buscarse un trabajo que combinar con sus infatigables actividades domésticas, porque las cosas andaban cada vez peor.
   En definitiva, Mejor Manolo cuenta con una virtud que no tenían los libros predecesores, y ésta es su férreo compromiso con la realidad social del momento. Nunca se agolparon en la prosa de Elvira Lindo tantas referencias al fatídico mundo con el que nos encontramos cada vez que levantamos la mirada del libro, ni se conformó en él una tragicomedia de tal calibre. Manolito Gafotas es, más que nunca, realidad. Y es, más que nunca, necesario.
   En sus (terroríficamente escasas) 190 páginas reiremos, lloraremos y, sobre todo, sonreiremos. Será una sonrisa tonta, tierna, melancólica, con su deje amargo, aquélla que sólo pueden producir las inocentes tribulaciones de un niño asomado a aquel mundo de los adultos al que pronto habrá de unirse pero, por suerte, aún no. Y si algún día lo hace, espero al menos llegar a saber cómo le fue.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Mad World

En estos tiempos tan decadentes, desencantados y desengañados, se han alzado  poco a poco varias voces defensoras de una nueva y tímida máxima que, tiempo y calidad mediante, ha ido calando más hondo, y ganando más adeptos. Por lo visto, hoy en día podemos encontrar el mejor cine en la propia televisión, en la mal llamada (siempre que no hablemos de TVE, o de Tele 5, o de Cuatro, o de Intereconomía, o de todas las principales, o de todas las autonómicas, o de la mayoría de los canalillos del TDT) caja tonta. La pega es que, como en el cine, también hay que pagar y hacer cálculos sobrehinchados de IVA. O buscar en Internet, como hemos hecho siempre con todo.
   Sin embargo, en EEUU hay gente que paga por estas cosillas (gilís) y gracias a ello a los grandes canales de pago (AMC con la serie de la que hablaré a continuación, Showtime con la cuasi porno y cuasi perfecta Californication, o HBO con absolutamente todo lo que hace) les sale rentable gastarse sus milloncejos en producir capítulos de ambientación y efectos acongojantes, en recurrir a actores reconocidos, y, sobre todo, en contratar guionistas. 
   Y uno de éstos es Matthew Weiner, guionista de la quinta y sexta temporada de Los Soprano, y creador, por si fuera poco, de Mad Men, la gran serie de la que todo el mundo ha oído hablar, y que ojalá a todo el mundo le diera por ver. A mí, este verano, me ha dado por verla, un capítulo tras otro, desarrollando un mono muy intenso y sofisticado, que se dio de bruces con el final de la quinta temporada. Y así está ahora mi vida de vacía.

La secuencia de los créditos es una maravilla. Hasta salió en Los Simpson (aunque en un capítulo malo, obviamente)

   Cosa curiosa, Mad Men se limita a retratarnos el día a día en una agencia de publicidad de los años 50/60 al tiempo que entrecruza ciertos sucesos históricos con el devenir de sus protagonistas (vamos, como Cuéntame cómo pasó pero sin montajes cutres y sin Carrillo fingiendo tener ochenta años menos). No es más que eso. No hay ni violencia, ni tacos, ni siquiera sexo (o al menos en la medida en la que HBO nos tiene acostumbrados). Únicamente la, por otro lado previsible, sobresaliente ambientación, un plantel de actores soberbios, desde el primero hasta el último, y un guión que, simple y llanamente, es una joya. 
   Sin embargo, como la ambientación sólo llena del todo a los modernillos y a Garci, y hasta Al Pacino puede llegar a resultar indigesto si no cuenta con unos diálogos mínimamente decentes (como le ocurrió al pobre en Righteous Kill, una película que me hizo vomitar y que aún hoy me dan naúseas sólo de pensar en ella), es obvio que la razón del éxito de Mad Men, y su mayor virtud, radica en el guión, una obra de relojería suiza, poseedora de un dinamismo digno de Aaron Sorkin y que deja a la altura del betún a todo lo que puedan intentar las series españolas. Lo cual, dicho sea de paso, no es que sea muy difícil. 
   ¿Qué destacar de un guión así, aparte de todo? Por un lado, ciertos diálogos que son una gozada, y las situaciones que de ellos se desprenden (muchas atesorando un humor negro inaudito, sobre todo a partir de la tercera temporada). Y, por otro, el diseño y evolución de TODOS los personajes. No hay ni uno flojo, o que sobre. Todos tienen su trasfondo, sus momentos de lucimiento. Y, además, la serie consigue que siempre en algún momento te caigan mal o te caigan bien, para finalmente acabar amando a la mayoría.

Todos y cada uno de ellos son sublimes

  Tenemos al protagonista, al apuesto Don Draper, interpretado con oficio por Jon Hamm, a la sazón productor de la serie en su quinta temporada, un hombre de oscuro pasado y compulsivamente infiel que podrá caer mejor o peor, pero que no hay duda de que posee una personalidad arrolladora (empezando porque es capaz de echar violentamente de su despacho a clientes millonarios sólo porque no les ha gustado su idea, ahí, con dos cojones). Luego está Betty Draper, su mujer (January Jones, quien tiene aquí mucho más diálogo que en X-Men: Primera generación, pero tampoco mueve las cejas mucho más), un nuevo ejemplo de caracter bien construido y evolucionado (salvo alguna meada fuera del tiesto como la que se marcan los guionistas en la quinta temporada), sin que eso implique que me caiga precisamente bien. Mucho más simpática me resulta Sally Draper, la hija de ambos, una ricura de niña que protagoniza algunos de los mejores momentos del show.
   Y ya, hablando de la adorable Peggy Olson (Elizabeth Moss, ciencióloga, y el mayor acierto de cásting), pues, bueno, mi personaje favorito. Una chica de pueblo inocente y confiada que comienza como secretaria de Don Draper para llegar mucho más lejos. La podríamos considerar la coprotagonista de Mad Men pese a ser, irónicamente, una mujer, y es que su relación con Don, entrañable y original, sin duda es una de las piedras angulares de la trama.
   Luego tenemos a Pete Campbell, otro personaje interesantísimo, un publicista de ambición desmedida y escasos escrúpulos que no es tan malo como parece (o no demasiado); Roger Sterling, jefe de Don, indudablemente el responsable de los momentos más humorísticos; Joan Holloway, jefa de secretarias, que está buenísima y tiene una evolución grandiosa, para no variar... Y ya acabando, otros personajes memorables como Lane Pryce (inolvidable su papel en la quinta temporada), Bert Cooper, Megan, Kinsey, Duck Phillips, Anna Draper...
   El secreto de Mad Men está en sus personajes, en lograr que la gente empatice con ellos en mayor o menor medida, puesto que su trama, en realidad, no apasionaría lo más mínimo de no ser por ellos. Todo lo que les pasa se nos revelaría insustancial y casi con trazos culebroneros (oh, epiquísimo, ahora la agencia Sterling & Cooper trabajará con tabacaleras, oh, no sé quién se ha vuelto a quedar preñada), sino fuera por ellos y por sus ingeniosas y mordaces réplicas, arrojadas a lo largo de unas temporadas sucesivamente mejores. También por aquellos momentos en los que Don Draper se nos ofrece tan vulnerable, por ésos en los que Roger Sterling hace el payaso, por aquellos otros en los que Pete Campbell se lleva alguna hostia, por esos muchos en los que Joan se pasea por los pasillos meneando ese culo tan gordo y perfecto que Dios le ha dado...

"¿Por qué seguís viendo La que se avecina? ¿Por qué?"

   Una serie inolvidable, que aún no ha concluido (quedan dos temporadas más, según Weiner), y que de constituir una larguísima y apasionante película se haría con todos los Oscar habidos y por haber. La mejor serie de la actualidad ¿Mejor que Boardwalk Empire? Me da un poco de pena admitirlo pero sí. ¿Mejor que Juego de Tronos? Estooo... a ver. Juego de Tronos tiene dragones, y a Tyrion, y mucho más sexo. La muy perra juega con ventaja. Y aún así, la serie de la AMC constituye lo mejor que he podido ver en una pantalla a lo largo de un verano en el que he visto bastante cine. Esto de las máximas es tremendo, ¿eh?
   Si aún no la veis, deberíais. Cuanto antes. Ah, y se me olvidaba: Mad Men es la primera serie de televisión que consigue que una canción de los Beatles suene íntegra en uno de sus capítulos. Por algo será.

domingo, 22 de julio de 2012

Nananananana BATMAN!

¿Por qué nadie sabe quién soy?
Fuente: Es un fotomontaje bastante
 malo,seguro que su fuente
 prefiere mantenerse en el anonimato
Antes de comenzar esta publicación he de avisar que no soy fan, ni forofa, ni nada por el estilo de ningún tipo de superhéroe, porque todos acaban pifiándola al modo humano, antes o después. Así que para poneros bajo precedentes diré que yo quería ir a ver El dictador, la del hombre de Borat, pero que siendo acompañada por tres caballeros las opciones eran Batman o no ir al cine, así que sabiendo que van a subir el cine y que se convertirá en un bien de lujo (si no lo es ya, ¿¿¿¿9.20 por una entrada???), accedí, sin mucha oposición, a lo que podría llegar a convertirse en una tortura.

Y allí estaba, en la maldita fila 2, intentando abrir los ojos al máximo para albergar una pantalla de dimensiones descomunales y con unas expectativas bastante bajas sobre una saga que todo el mundo adora.  Y, como es habitual, los prejuicios no tenían fundamento y la película, a pesar de ser de un tío que hace de superhéroe pero no tiene poderes sino pasta, estuvo muy muy muy muy bien, incluso diría que espectacular, cosa bastante sorprendente teniendo en cuenta en el momento en el que estamos.

En la actualidad, se trata de dirigir las películas a un público muy específico y, tal vez por eso, se suele ver claramente cuales son sus puntos fuertes y dónde va a ser criticada hasta la saciedad. Es decir, las películas de adolescentes tienen mucho amor, pero poca originalidad, las películas de acción muchos tiros y sangre pero poca trascendencia, a las que tienen trascendencia les falta diversión... Claro que siempre hay algunas que se salvan como INTOCABLE, para mí la gran película de este año, pero en general serán recordadas 2 o 3 como buenas de las miles que se hacen cada año.

Ahí te pudras, maldito
Fuente: Agua
Bueno, a lo que íbamos, Batman. Las películas de superhéroes eran un gran atractivo para aquellos forofos del cómic, pero también para los que fuesen buscando grandes efectos especiales, decorados y maquillajes espectaculares, por qué no decirlo. ¿Y qué ofrece Batman? ¿Por qué es tan buena? Porque a parte de eso ofrece mucho más, un argumento muy sólido, un villano creíble, buenos giros y unos actorazos que convencen desde el principio hasta el final. No basta con tener un buen guión sino también encontrar a la persona que se adapte al papel y que no convierta en burla lo que debería ser miedo o solemnidad, como le pasaba a Tobey Maguire en Spiderman o a Nicolas Cage en todos y cada uno de sus papeles, ese hombre apesta, en serio, es horrible. Pero, continuando, que Christian Bale sea el protagonista ayuda mucho a que la película gane pero si encima le acompañan otros actores como Morgan Freeman, Joseph Gordon-Levitt y Gary Oldman, apaga y vámonos, merece la pena seguro. Además, el reparto femenino, encabezado por Anne Hathaway, tampoco desmerece, ya que la actriz consigue ser sexy y a la vez letal, apartando de la mente el "ideal" de la chica frágil continuamente rescatada por el héroe, que eso cansa.

En el aspecto técnico, los efectos son uno de los ejes centrales de la producción, con muchas explosiones, vuelos y movimientos de cámaras, hay bastantes pero no llegan a cansar porque las escenas de acción y lucha se alternan con momentos de profunda carga emocional. Si hay que poner algún pero diré que las voces no eran de mi agrado, pero eso fácil arreglo tiene yendo al cine en versión original donde, probablemente, las distorsiones tanto de Bale como de Hardy (el que parece un Hannibal Lecter moderno) cuadrarán mejor con su voz real. Pero, por lo demás, el sonido es un elemento con el que el director ha sabido utilizar de manera magnífica y, sin duda, hay momentos en los que juega un papel trascendental, no puedo decir nada más sin haceros un spoiler.

Así que si, como yo, no os gustan las películas de superhéroes, sin duda, os recomiendo El Caballero Oscuro: la leyenda renace, que de superhéroe tiene el título pero como toda buena película tiene la capacidad de sorprender hasta a los que esperaban un fiasco del tamaño de la subida del IVA.


martes, 3 de julio de 2012

Cómo entender a Haruki Murakami en 10 cómodos pasos

Hoy vengo a hablaros de Haruki Murakami, el autor de moda, ése cuyos trabajos tanto os gusta mostrar como quien no quiere la cosa en el metro mientras os ajustáis las morrocotudas (grandioso apelativo a reivindicar) gafas de pasta, y calculáis si tenéis suficiente dinero para que, poco después, os atraquen en el Starbucks y toda la gloria, la pompa y el laurel sean vuestros. Por lo tanto, igual os habéis leído alguno de los libros a comentar, e igual este artículo, por fin, no va a caer en saco roto. Es un motivo de celebración, pero que igual se indispone con la idea que tengo de cara a enfocar la empresa. Aún así, por si alguien no ha leído nunca a este escritor japonés y tiene interés de meter baza en la próxima conversación que medie entre cappus y moccas, ahí va una Guía paso a paso para entender a Haruki Murakami. Desinhibida, desinteresada y desengañada, dirigida tanto a vosotros como a los adolescentes angustiados que seguís siendo. 

"Cómo no, también me gusta el jazz"
  
  -PASO 1: No te cabrees con el protagonista de la novela de turno, aunque cueste. Es una verdad sintoísta que el personaje que lleve el peso de la acción siempre ha de ser soso, soseras, sosísimo; un tipejo tan normal y tranquilo que, opositando contra toda la esquizofrenia onírica que inexorablemente le rodeará, va a conseguir sacarte de quicio. Tengo, Tooru Okada, Kafka Tamura, el petardo de Tokio Blues... todos se pasan las páginas como alelados, amodorrados, más inexpresivos que Keanu Reeves y Ryan Gosling jugando a aguantarse la mirada. Como honrosa excepción, eso sí, tenemos a la heroína de 1Q84, Aomame, una gran creación literaria, indiscutiblemente.
  -PASO 2: Moléstate en conocer a los personajes secundarios. Ellos son realmente la salsa de todo el imaginario del autor, entes de carácter errático e impredecible y poseedores de un encanto tan bizarro como fascinante, no limitado (no siempre) a decir frases molonas que no significan nada. Tenemos al viejo autista que habla con los gatos y a su joven discípulo Hoshino en Kafka en la orilla; a la absolutamente encantadora May Kasahara en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, al pérfido y listísimo agente literario de 1Q84, a la sombra del protagonista de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas... entre muchos otros ejemplos.
  -PASO 3: Haz oídos sordos de esa falacia conocida como "el universo Murakami", tan sensacionalmente extendida. Supuestamente en él se enmarcan todas las historias, o lo que sean, del escritor y, bien, eso es una chorrada. Algunas novelas comparten personajes y épocas, como Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y 1Q84 con respecto al entrañable Ushikawa y a la década de los 80, pero esto no es más, creo yo, que un aspecto anecdótico. A no ser que consideremos el prolongado consumo de estupefacientes y las imprescindibles idas de olla como suficientes para conformar un "universo".

La rata simboliza lo que es obvio

  -PASO 4: No esperes que todos los misterios con los que te va obsequiando cada historia se resuelvan. En el mejor de los casos, si se da alguna explicación, es una muy vaga y muy proclive a que pienses que te están tomando el pelo, en plan "Claro, esto es así porque Fulanamamoto ha arrastrado a Menganokuchi a otro plano de la existencia, al que sólo se puede acceder desde el fondo de un pozo escanciado con leche de yak mientras reproduces al revés todas las canciones de las Nancys Rubias... qué mono que tengo, tú".
  -PASO 5: Piensa que todo parece siempre más complicado de lo que es en realidad. Observadas desde una específica, y muy cómoda, perspectiva, todas las rarezas y absurdeces de los argumentos de Murakami son metáforas pasadas de rosca que enmascaran una trama sencilla y reconocible para todos los seres humanos. El ejemplo más claro, y más cómodo, es Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (la última vez que transcribo su título completo), que nos narra, básicamente y eso quiero pensar, los sentimientos de un hombre al que su mujer le ha abandonado, y trata de sobrellevar su soledad metiéndose en las drogas. No hay más. Si partes de esto y te limitas a disfrutar de la magia y la poesía que construye nuestro amigo de ojos rasgados a partir de esa situación, ni te cabrearás ni desearás salir disparado a leer una novela de Dan Brown.
  -PASO 6: No hagas ni puto caso de las profecías. Bañar las rebuscadas tramas en el halo de la mística y el milenarismo es una tentación en la que los autores mal llamados existencialistas (con Paulo Coelho a la cabeza del colectivo) suelen caer. En el caso de Murakami esto no tiene la menor importancia, porque en su obra o suelen equivocarse (manda güevos), o te las recuerda amablemente en el momento en que se manifiesta su validez, para demostrar que lo tenía todo pensado. Dicho esto, el uso que hace de las profecías en Kafka en la orilla es una vergüenza. Y punto.

El mejor libro y la mejor portada, y Batman está de acuerdo conmigo

  -PASO 7: Has de saber que Murakami no es precisamente alguien con un estilo reconocible. De hecho, su narración es simple, lineal y entretenida hasta niveles de curso de primaria (supongo que ésa es la razón de que pergeñe best-sellers y no se sonroje por ello). Todo está escrito muy natural y muy tranquilamente, y habría que destacar las, abundantes, escenas de sexo en este punto. La complejidad, pues, no radica en un asunto de forma, sino de contenido. Puedes leer cualquier novela de las suyas de pé a pá sin el más mínimo coste de concentración, distrayéndote incluso y sin que puedas, en lo sucesivo, contestar cómodamente a la pregunta "¿Y de qué iba?".
  -PASO 8: Si eres un tipo culto e instruido, o te las das de serlo, Murakami te va a caer simpático. También si te gustan los gatos. Son incontables las referencias a la cultura popular, en materia de cine, música y literatura, y la muestra específica la obtenemos del subtítulo de Tokio Blues, Norwegian Wood, del que espero no sea necesario aclarar que proviene de una canción de los Beatles. Y por cierto, éste es el peor libro de Murakami con diferencia. También el más normal, no sé si tendrá algo que ver...
  -PASO 9: Disfruta de los diálogos y las reflexiones filosóficas. Murakami es de esos pensadores modernos a los que da gusto leer, porque en verdad elabora pasajes reveladores y genuinos, de ésos que te sacan una sonrisa tipo "Jo, qué bueno, qué listo me voy a volver leyendo esto". Sí, hay una buena cantidad de frases y diálogos dignos de enmarcar, teorías y pensamientos extraídos de la vida cotidiana y que te disparan de golpe, sin que te lo esperes, con la guardia baja entre tanta prosa, en apariencia, normal y tirando a mediocre.

"¿Cómo se llama el país que cuando ríe explota? Ja-¡PÓN!"

  -PASO 10: Sobre todo, disfruta de la atmósfera y de las imágenes. Aquí ya voy a desbarrar un poco. Murakami es a la literatura lo que David Lynch al cine: un escritor muy visual (esperad que me explico), en el sentido de que posee el don de conseguir que unas imágenes muy nítidas se desprendan de la narración y asalten tu cabeza. Unas imágenes, dicho sea de paso, tremendamente bellas y sugerentes, ávidas en melancolía y misterio, parcas en descripciones, impresionistas. Y con las que sientes cosas. El desenlace de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (otro título enervante), con el protagonista medio dormido en su coche, al atardecer, escuchando a Bob Dylan. El interludio de Crónica... (esta vez no), con Tooru sentado en el fondo del pozo, una tenue luz sobre su cabeza, reflexionando. 
   Y, especialmente, el inicio de 1Q84. Fue el primer libro que me leí de Haruki Murakami, curiosamente, y con seguridad creo que no podría haber empezado mejor. En él, la ya citada Aomame sale de un taxi en pleno atasco de la autopista y desciende como sin darse cuenta a un nuevo mundo, en el que todo es posible pero no todo tiene una explicación racional. No se me ocurre mejor metáfora para ilustrar la obra de Murakami. A él, seguramente, tampoco.

lunes, 2 de julio de 2012

Pues llévate esta


Me han regalado un libro. Un gran libro, bueno, a mí me lo parece. Iba a escribir sobre lo interesante que ha sido el haberlo descubierto y cómo estoy disfrutando con cada página, pero luego he caído en lo prepotente que eso sería. Y no porque una crítica parta de la base de que lo que escribe el autor es la única verdad, que también, sino por el trasfondo de falsa cultura que se está imponiendo.

Jajajaja, teta, ha dicho teta
¿Y qué es la falsa cultura? Pues, muy bien, querido amigo lector, te lo voy a explicar. Nadie descarga porno, todo el mundo ve documentales de la dos y no hay un alma al que le guste crepúsculo. Muy bien, y un cojón muy bien, de eso nada!! FALSO!!! Tan falso como la teta izquierda de Pamela Anderson, y no hablemos ya de la derecha. Parece que nos avergonzamos de hacer ciertas cosas porque hay un elitismo que está ahí, latente, continuamente recordándonos que hay personas diferentes que son mejores que nosotros. Pues, dato relevante, los pedos de los bohemios huelen tan mal como los tuyos, como los nuestros.

Me fastidia, y mucho, que se me considere mejor o peor por lo que yo decida hacer, pero ante todo que me haya planteado ocultar o avergonzarme por algo como es la lectura. Yo leo best sellers, matadme, en serio… ¿no? Bueno, pues ya que habéis decidido dejarme con vida proseguiré con mi alegato – Protesto – DENEGADA. Creo que, para poder opinar en contra de algo, primero hay que saber sobre lo que se está opinando. No puedes criticar a un autor sin haber leído ni uno solo de sus libros o, al menos, haberlo intentado.

Además, la cultura está para enriquecer a la persona, mas no hemos de olvidar que hábitos como leer o ir al cine también están para entretener. No podría vivir viendo continuamente películas del todo predecibles, pero todavía no se ha despertado tampoco mi curiosidad por el cine iraní. Me gusta lo que me gusta y cuando decida que me apetece experimentar y ver una película checoslovaca, a lo mejor me enamora. Hasta entonces seguiré guiándome por lo que me ha conmovido y, por supuesto, por las recomendaciones de la gente que yo considere de bien. Nunca me ha ido mal así, de hecho, así es como voy ampliando lentamente el ámbito cultural al que accedo, pero nunca por imposición.

Como buena lectora de cultura masiva no debería reconocer que pocos libros me han gustado tanto como los que los profesores nos obligaban a leer en el colegio o aquellos que algún familiar leyó en su juventud. Pero entre los grandes escritores (hablando por caché) hay de todo, como en botica, y a los que dicen que Ken Follet es muy simple les contesto que tiene unas escenas de sexo increíbles y que lo facilidad con la que consigue describir cada ápice de una realidad tan lejana es mágica. Claro, ahora pensaréis: "y Crepúsculo, ¿no irás a defender Crepúsculo?" Pues no, es una pastelada, pero repito que me los leí y que, al igual que los libros de Moccia, me dejaron con una sensación de vacío. Y eso es lo peor que puede conseguir un libro, no aportar nada, como muchos acaban haciendo, ya sean conocidos o no.

Paul Auster, ¿No os recuerda a un sapo?
Sin embargo, sean simples o no pueden hacer mella en una persona por cualquier nimiedad. Así, he de agradecer a J.K. Rowling mi hábito por la lectura. Soy friki, tal vez, también gracias a ella. Mi opinión es que todo aquél que consiga que una persona espere comprar otro libro suyo con ansiedad, tiene algo, tal vez solo sea un buen marketing, pero no me gustaría pensarlo así. Si un libro consigue hacerte reír, imaginar, soñar o si es de los pocos que te hace reflexionar, merecerá la pena por algún motivo.

Y aquí es donde digo, de nuevo, que estoy leyendo un libro, un libro que me está gustando bastante, un libro que me han regalado. Pero, como la cultura es subjetiva y a nadie le gustará lo mismo que a mí, porque yo soy diferente, especial y una cateta incomprendida socialmente, solo diré que un saludo para todos y que disfrutéis con vuestros documentales de la 2, que yo ya estoy decidiendo cuál será mi siguiente libro de Paul Auster

martes, 19 de junio de 2012

Una brizna de esperanza


Es impresionante como las discográficas tratan una y otra vez de promocionar artistas que normalmente nos dan bastante grimilla y, a pesar de todo, consiguen vender discos como churros. ¿Quién no creyó que Bustamante iba a durar menos que un telediario? Pues, ríos de lágrimas después, sabemos que nunca hay que subestimar a una persona con más aceite en el pelo que Falete en su desayuno. Tras operación triunfo pensamos… bueno, lo peor ha pasado, este fenómeno fan se acabará, las niñas rellenarán las carpetas con ídolos fílmicos y dejarán de torturarnos con “canciones” de que si te quiero pero no me amas, porque el vecino del 4º se ha enamorado de la prima del fontanero, pero yo te idolatro porque es nuestro destino…


El futuro de nuestro mundo está
en sus rechonchas manos.
Niiiiños, niiiiños, futuro, futuro
Pero no, además de las baladas pegajosas del pop chicle más actual, tanto de nuestro país, como de los anglosajones, decidimos que, sí, por una vez queríamos ser multiculturales y aprovechar que compartimos lenguaje con los latinoamericanos para traer lo mejor de sus países. ¿Gastronomía? No ¿Literatura? Tampoco ¿El chavo del ocho? Bueno, eso también, pero ante todo escogimos que entre todas sus maravillosas tradiciones la más adecuada para importar era el reggaetón. Reggaetón, que ya solo el escribirlo suena choni, poquero y te recuerda que son ritmos cansinos, aburridos, repetitivos y que van fuera de toda consciencia haciendo que te muevas. Bueno, que te muevas o restriegues tu trasero como una gata en celo mientras el hombre asiente y da el visto bueno al movimiento sexual (que no sensual) de la chica que bambolea cual stripper sus tetas reprimidas en ropa 7 veces más ajustada de lo necesario, como pide tan claramente la letra.

Que la gasolina, a lo mejor, tuvo su gracia porque fue la primera y tal. Pero yo estoy hasta las narices de que a todo se le llame música, que estamos censurando una canción de Eminem porque dice FUCK y, sin embargo, ponemos a toda leche en las discotecas light otra con frases como “a ver si te depilas hazte algo de diseño”, el cerebro es lo que se debió depilar el autor para escribir estas frases, porque son pura mierda. Y sí, estoy cabreada, que parece que a los niños se les tiene que traumatizar con algo para que crezcan fuertes, pero es que esto es peor que Leticia Sabater y todos sabemos que hace unos años no había nada peor que Leticia Sabater.

Bésame, maromo
Aunque, bueno, siempre queda una alternativa a los jóvenes de hoy en día y es que, en vez de convertirse en “El ReShULiKo QuE TEh RoVAh to’L COrhasON”, pueden optar por los ídolos de masas que fabrica Disney. Actualmente, esta plantilla de minirobots cantantes-actores se encabezan por una chica que está manida a más no poder y hace llorar a las muchachas rezando porque las mire durante un segundo y les quite con un guiño su virginidad de preadolescente. Y no es en plan rollo bollo sino que es Justin Bieber, al cual, fuera de este blog, se le considera un chaval muy guapo, pero aquí no ¿ME ENTIENDES? Que a mí, ni fu ni fa, si no fuese porque ese fanatismo exacerbado me da mal rollo, y lo dice alguien que escuchaba los Backstreet Boys, porque son una maldita secta de locas y como su ídolo diga que dominan el mundo, maldita sea, lo hacen seguro, ya tienen el comercio, los medios y una legión de fans de su lado.

Pero, Youtube, he de decir que he vuelto a confiar en ti tras esta monumental cagada a favor de la creación del próximo dictador mundial. Y es que, de entre todos los grupos y personas que versionan canciones conocidísimas, me he enamorado cual quinceañera de un grupo como Walk off the earth. No os sonaran, pero se han convertido en un fenómeno gracias a su peculiar versión del tema de Gotye, tocando una guitarra entre los cinco componentes del grupo. Y es que, echando un ojo a las demás propuestas del grupo encontramos covers en las que el talento y la originalidad son la base, además de temas originales, proponiendo los vídeos como espectáculo y demostrando que la música no tiene que ser tan seria para ser buena. 


Así que si, como yo, preferís pensar que todavía hay esperanza para la buena música y los jóvenes talentos, si no solo os conformáis con escuchar canciones de épocas pasadas, echad un ojo a los temas de estos canadienses, que preveo (o al menos espero) que en unos años serán mundialmente conocidos y, gracias a dios, no será por demostrar que pueden decir “¡uno, dos, tres, dale!”  De momento nos tendremos que conformar con su canal de vídeos y la promesa de un disco que, yo al menos, esperaré con las manos abiertas. 


domingo, 17 de junio de 2012

E.T. es lo más parecido al Hombre Mierda que he visto en mi vida

Por una de estas catastróficas desdichas de las que no sabes ni cómo ni cuándo, ni dónde ni por qué, ni si es  Kim Básinger o Basingér, me encontré con que en el Feisbuc unos amigos iban a ir de soslayo a un espectáculo tal que la virgen lloró sangre y Paquirrín trabajó. ¡Qué hombre Paquirrín eh?! Chapeau! Me quito el sombrero ante su soberbio don, porque esto es un don, de no hacer nada, que te paguen y tirarte a la tía más buena que podías imaginar. Y sin defender a los enanos ni nada. Libre, como el pedo nuevo. Libre como, no sé, David Meca salvaje.

Jejejeje ¿Sabéis qué hace en su vida? Nada ¿Lo pilláis? Del verbo nadar JAJAJAJAJAJA No, al manicomio otra vez no!!

Bueno, pues al final resultó que gracias a una página de Internet de la que no diré el nombre (¡pero yo sí, Atrápalo! +¡A que te mato!), conseguí agenciarme una entrada para el show, el cuál consistía en una horaza y media (si digo horaza siguen siendo 60 minutos, pero 60 minutos hechos de 60 segundazos) de monólogo del cómico al que tanto admiro, venero, deifico, rezo e incluso sacrifico algún que otro cani por él, Ernesto Sevilla. Para quien no lo conozca diré que es Ernesto Sevilla (-Ernesto, te presento a quien no te conoce. Quien no le conoces te presento a Ernesto Sevilla). Y ahora que estamos todos presentados diré que a pesar de la turba ingente que allí se aglutinó sin miramientos por el horario infantil ni parafernalia varia, estuve en primerísima fila. Y entonces él llegó con su corcel blanco y su espada en forma de micrófono (Toma metáfora loca ahí, que ni Bécquer vamos) y se dispuso a soltarnos la mandíbula. Y claro, yo estaba en primera fila, y me miró y me sonrió, y,... ¿sabes de esas veces que crees que estás en el momento adecuado y en el lugar adecuado? Pues yo no lo estaba, porque nada más empezar a hablar soltó un gapo que me cayó en todo el ojo izquierdo... aún lo conservo en mi cuarto.

A lo que iba mequetrefes. Que estaba yo disfrutando todos y cada uno de sus gags, de sus historias sin sentido, de su voz que cambiaba de registro como las avestruces, cuando me di cuenta de una cosa: menuda pedazo de tamaña cabeza tiene el tío este, y en cuanto lo dije, empezó a hacer chistes él mismo sobre su cabeza (sobre su cabeza superior, la que tiene el cerebro, que nos conocemos diablillos). Y sentí que entre nosotros había feeling. Bueno, feeling y un escaso metro y medio de aire.

Tengo tal cabeza que al calcular la renta per cápita a mí me cuentan por tres (Esta es  fina eh?)

To another thing, butterfly (traducir para entender la rima graciosa). Yo no paraba de despollarme, cayéndome sobre el escenario, aplaudiendo como una morsa cuando se te queda la risa sorda que no sirve para nada, cuando, sin venir a cuento, el señor mayor que estaba a mi lado, cuyo nombre era Cristóbal, fue requerido al escenario por una simple razón: era igual que Rubalcaba. Pero es que era clavado. Cristóbal era más parecido a Rubalcaba que Rubalcaba per se. Una cosa bárbara. Total que empezaron una serie de chistes, de los cuales algunos ya me conocía por un programa de televisión, el cuál no nombraré (¡pero yo sí, El Club de la Comedia! +Te lo avisé... -AAGHHAGGAHH). Aún así los iba mezclando con partes desconocidas que hicieron las delicias de los que allí nos congregábamos ante un mesías moderno. El monólogo versó sobre temas tan dispares que anexionarlos a buen seguro fue un arduo trabajo ...

...

MENTIRA! El monólogo sí que se sirvió de un montón de temas pero la forma de unirlos es como tener una conversación con tu madre: -Mamá, creo que voy a suspender. +No digas eso hijo, y ¡tápate la boca si sales a la calle!  -Que sí mamá, que me ha salido fatal el examen. +Bueno pues otra vez será, y que sepas que la zanahoria es buena para la vista. Pues más o menos fue así para que me entendáis. Eso sí, habló de política, del fin del mundo, de sus padres, de su infancia, incluso de los extraterrestres, que ya ves tú qué tendrán que ver los extraterrestres con el fin del mundo, porque con política vale, pero con el fin del mundo (Esto es humor inteligente amigos).

E.T. jugando a los marcianitos (Esta es sutil también)

Total, que pasada la horaza y media, y tras haber habido (pongo esto para que no me den el Pulitzer tan rápido) un descanso de 10 minutos en el que se despidió al ritmo de Back in Black de AC/DC, pues subió de nuevo a tres personas del público (entre ellas Cristóbal, que si hubiera llorado, de sus ojos habría emanado whisky) para que cantaran con él, a modo de despedida, la canción de esa palabra que se está perdiendo su uso de forma paulatina: Hijodeputa. Y la cantaron. Y la cantamos. Y David Meca cantó. Y mi gapo cantó.

Mis gafas de natación me dan PODEEEEEEEEER

Pues lo dicho. Si alguna vez podéis, ved algunos de sus monólogos, pagadle a ese hombre para que coma y siga vivo, pueda hacer más monólogos, yo pueda seguir viéndolos, haga otra entrada en este blog, vosotros la leáis, yo os pida que si alguna vez podéis, vayáis a ver algunos de sus monólogos, con lo que él pagará su comida y seguirá vivo, hará más monólogos, yo iré a verlos, y etc, etc, hasta que Paquirrín tras el fin del mundo haga algo y nos dominé a todos.

Y al séptimo día, la genética dijo: 'Con esta familia me voy a despollar'







lunes, 11 de junio de 2012

Érase una vez un “ORTO”… que siempre ganaba en Francia


Nadal podría haber llegado a la final de Roland Garros sin sudar ni una gota, pero ya sabemos cómo es así que ha intentado mantener los ánimos calmados y no fliparse demasiado. Es cosa suya, pero yo era de la opinión de que en la casi segura final Djokovic / Nadal había perspectivas de que el español le diera una pequeña paliza al serbio, menos mal que no aposté todo mi dinero. El fútbol no es el único deporte imprevisible y Novak ha estado en su línea, dando guerra. Como es tradición en el torneo la final se jugó en domingo pero la lluvia (que también es un fijo en el abierto) hizo que aplazaran el partido hasta el lunes cuando iba 6-4, 6-3, 2-6 y en el cuarto set el serbio calentaba motores para una remontada con un 1-2. Suerte para Nadal porque rompía así la dinámica del número uno y aprovechaba para descansar unas horas que no vinieron nada mal si tenemos en cuenta que cerró el cuarto y último set con un 7-5 mejorando su saque, con pocos errores no forzados y un juego agresivo que le permite dejar por los suelos otro record más con siete Roland Garros.

Novak Djokovic y Rafael Nadal
Fuente: rolandgarros.com
El elemento de los españoles es la tierra, Almagro y Ferrer han hecho un buen torneo aunque para este último tiene que ser duro saber que está haciendo la mejor temporada de su vida, que es el segundo en tierra batida pero aún así está a tanta distancia del primero que no tiene ninguna posibilidad. Verdasco que casi siempre está a por uvas pierde su oportunidad de representar a España en los Juegos Olímpicos mientras que Granollers se muere de ganas por ir en su lugar. Los franceses se volvieron a quedar sin un compatriota en la final pero nadie pude decir que Tsonga no hizo lo que pudo. Y el gran Federer una vez más demuestra que ser el número tres del mundo no es una razón para pensar en retirarse como algunos listillos sugieren cada dos por tres.

Final de Roland Garros
Fuente: rolandgarros.com
 En el cuadro femenino hemos tenido varias sorpresas: Serenna Williams caía en primera ronda ante Virginie Razanno (sorpresa de las gordas), también cayó Radwanska que aún no se hace a la tierra, en segunda ronda nos dejó Marion Bartoli (la esperanza para los franceses) y en tercera ronda abandonó la academia Wozniacki. Ivanovic, Schiavone (tercera ronda) y Kuznetsova (cuarta ronda) se quedaron por el camino aunque con un poco más de dignidad.
Como ya nos tiene acostumbrados la WTA en los últimos tiempos ser favorita y llegar a un torneo con buenas sensaciones es casi una sentencia de muerte más que un punto a tu favor. Tras Roland Garros el ranking de las chicas va a tener que hacer algunos cambios porque también perdió en octavos Na Li, la vigente campeona, ante la yugoslava Shvedova una jugadora versátil que recupera su buena forma y Azarenka que empezaba el torneo como número uno se marchaba tras una derrota inexplicable. Llegados a este punto Maria Sharapova se situaba como la candidata más clara para ganar la final y lo hizo arrollando con un 6-3 y 6-2 a la italiana Sara Errani que ha hecho un torneo inmenso al llegar también a la final de dobles y es la sorpresa (una más) de esta edición. Sharapova da palmas con las orejas por partida triple: es número uno después de siete años, ha conseguido el único Gran Slam que le faltaba y deja atrás las graves lesiones para recuperar su potente juego. Durante los próximos días le lloverán elogios y sus críticos, que son muy carroñeros, estarán esperando a que cometa un error para decir que no está centrada en el tenis y que debería dejar de contonearse por las pasarelas. Pero lo cierto es que la rusa vuelve a estar en la cima, una gran noticia porque si algo necesita el tenis femenino es una jugadora con carácter y continuidad que sepa mantener el primer puesto más de dos semanas seguidas.

Maria Sharapova
Fuente: rolandgarros.com
 ¿Que conclusiones podemos sacar? No hay ninguna duda de que Nadal es el mejor en tierra batida pero pensar que los días de Djokovic en el número uno están contados es un gran error, la temporada 2011 le avala y a día de hoy es el favorito en las otras dos superficies. Por lo tanto hagamos como Rafa y seamos cautos.
En el circuito femenino tenemos nueva jefa pero ya sabemos que eso no suele durar mucho, en las próximas citas veremos un duelo interesante entre Sharapova y Azarenka que lucharan por hacerse con el control de esta inestable familia mafiosa que es la WTA.

sábado, 9 de junio de 2012

Carlos Jean feat. Paco Martínez Soria

Siempre he sido de la opinión que como mejor escribe uno es cabreado. Al menos para el juicio y satisfacción onanista de ese uno. Termina de volcar sobre la pantalla del portátil toda su rabia e indignación, mira la obra, y sonríe pérfidamente y muy a gusto, seguidamente a un grandilocuente y afectado asentimiento de cabeza, Ajá, como quien acaba de descargar un moñigo de proporciones monumentales en su trono de porcelana. Es tanto una terapia como un laxante, y seguro que algunos lectores (si no bastantes, y eso es algo que me encabrona aún más reiteradamente) pensarán que lo que escribo a continuación no es más que eso, un moñigo. Un moñigo arbitrario, indocumentado y apestoso. Que os aproveche. 
   Hace unos días se celebró en Toledo, espléndida urbe y ciudad amantísima, el concierto de Los 40 Principales, una emisora que por lo visto es bastante célebre dentro del mundillo de las ondas. Las actuaciones se sucedieron en este orden: primero irrumpió María Aguado, oriunda de Talavera de La Reina y he de suponer que únicamente conocida por esos lares; luego vino Lagarto Amarillo, uno de los grandes exponentes del indie patrio junto a Joe Crepúsculo y El Columpio Asesino; y por último, saltó al escenario (es un decir) un dillei de bronceado espectacular y tetas como carretas, que respondía al nombre de Carlos Jean.

En serio, ¿quién es esta tía? Yo quería poner a Batman


  Tuvo también mucho protagonismo el maestro de ceremonias Toni Aguilar, empeñado en que tuiteáramos como descosidos dónde estábamos, qué bebíamos, qué escuchábamos y en qué esquina meábamos, sin preguntarse nadie, en un hiperbólico alarde de humildad y sentido común, a quién carajo le importaban tales cosas. Y mientras toqueteaba frenética sus smarfóns y sus aipás, toda la chavalería haciendo botellón en la plaza del Ayuntamiento. O eso inferí; había tanta peña ahí enlatada (dicho evento era gratis, sino de qué otro modo iba a estar yo por ahí vagabundeando) que sólo supe de la existencia de litronas y demás basura por su sorpresivo contacto con mis pies. Y al día siguiente el Corpus. Grandioso.
   De todos modos, tampoco voy a ponerme en plan "¡Defendamos el casco antiguo!", o "¡Baste ya de construir rotondas!", aunque Toledo sea la ciudad más bonita de España, porque imagino que no viene a cuento. Aquí he venido a hablar de música, que diría Paco Umbral, y de aquello en lo que se ha convertido, siempre partiendo de la base de que, en efecto, lo que hacen estos individuos sea "música".
   Igual pude tragar la voz tan bonita como falta de personalidad de María Aguado, pese a que toda la base que le acompañara en sus dos canciones (porque no tenía más, ¿no?) fuera pobremente reproducida por un ordenador; así como la actuación de Lagarto Amarillo y su pop mojabragas de toda la vida, absurdo y simplón (muy milenarista la frase Ahora luego vengo voy, que luego voy, que luego vengo). Rayos, esto es música, si entendemos por tal gentecilla que se planta en el escenario y toca/interpreta/destroza algo suyo o de otros artistas (el término, por cierto, más vejado y desprestigiado del siglo XXI) mejores que él. Con instrumentos, voces. Esas cosillas tan en peligro de extinción.

La ausencia de lagartos y robustos hutts embellece aún más esta panorámica


   Todo entraba dentro de la corrección hasta que un tío que tenía al lado, espigado, de gafas de sol conjuntadas al momento del día, peinado inefable y calzoncillos Calvin Klein (un saludo para él desde aquí, que seguro que me está leyendo) gritó: "¡Que venga el gordo, hostia, que venga el gordo!", y el gordo vino. Cargado con su botellita de Coca Cola, su heladería Famoplay tamaño familiar y, no podía faltar, su MAC. Y nada. Se pone a jugar al buscaminas y a balancear hipnóticamente sus mórbidas glándulas mamarias mientras los altavoces hacen presa de nuestras nucas y toda la multitud, a estas alturas bastante ebria, se mueve como un solo ser. Míralos, ahí, acompasando sus perreos y sus subelamanoygritaOH con los clicks y comandos de teclas de un tipo que lo mismo podría ser dillei Nano que un andoba que se acabe de sacar el grado de eso mismo. A ver, por ser constructivos: para lo que va a sonar, que pongas las grabaciones directamente y, ya que está, que Carlos Jean se entretenga en descargar porno, que aquí al lado de la catedral hay un wifi de puta madre. Primo.
   Vaya, que la experiencia del directo, del "en vivo", sodomizada y agonizante. Y eso lo veo una vergüenza. Que la forma mayoritaria de disfrutar un concierto ("concierto", los he oído llamar, sí, lo juro) se reduzca a un tipo con un ordenata emitiendo aquello tan chabacana y certeramente apodado chunda-chunda se me ofrece como un claro paradigma de lo mal que está todo. Y eso no es lo peor, porque quizá Carlos Jean sepa realmente de música y enfoque el asunto exclusivamente como el grisáceo negocio que es, sino que luego vaya la gente y le defienda todo motivada, con argumentos que le harían enrojecer la calva al mismísimo Pitbull (a quien deseo afectuosamente la muerte más horrible). "Pues son músicas diferentes", "Pues es lo que le gusta a todo el mundo, el raro vas a ser tú", "Pues andar con esas mezclas y efectos tiene el mismo mérito que una canción de rock". La última diatriba, qué duda cabe, es la más sangrante de todas, ésa que hace que a Bob Dylan le den ganas de invocar una lluvia ácida que se estrelle sobre sus putas cabezas, a los Beatles de hacerles escuchar Revolution 9 enterita y sin estupefacientes, y a Extremoduro de hacer un tambor con sus miserables escrotos.

"¿No huele como a hamburguesa? ¡Yo huelo a hamburguesa!"


   Finiquitando mi Aullido particular, ni siquiera es que esta mierda (vamos a llamar de una vez a las cosas por su nombre) sea "lo que le gusta a todo el mundo". ¿Lo que Los 40 pone y nos obliga a escuchar? Eso es más probable. El grupo Love of Lesbian ha conseguido un número 1 con su último disco, La noche eterna. Los días no vividos (reseñado en este mismo blog), pero no creo que sus canciones vayan a sonar nunca en las radios mayoritarias, en todo caso en Radio 3, junto a Los Punsetes y demás fauna, pobrecicos. Planteado esto, que no me jodan con que Los 40 pone lo que el pueblo les pide. No seáis tan cínicos, por favor. Ni tan capullos.
   Y con esto me retiro a escuchar a gente pegando gritos, no sin antes recordaros que la capacidad de discrepar es la que nos hace a todos humanos y progresistas, que los mejores móviles de siempre han sido los Nokia, y que tenéis que visitar y conocer Toledo lo antes posible. Ajá.