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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos

Estamos en crisis. No le descubro nada a nadie, no enmascaro la realidad, no transgredo con ninguna visión rompedora de folletín que embellezca la situación y la tuerza en dirección a nuestros gobernantes y políticos, que son los culpables de todo, y tal y cual, no nos representan, lo llaman democracia y no lo es. Sólo presento un contexto, el de la realidad social de cada día, una que ha tornado cotidiana y familiar. Los números rojos, el desempleo, los desahucios, las cuestas de finales de mes, las malas inversiones, los pequeños dramas. Situaciones que ahora no nos son desconocidas, y que siempre hubimos de temer, pero que hace unos quince años semejaban lejanas, pesadillescas, literarias.
   Ya entonces, la familia García Moreno iba dando tumbos entre de crisis y crisis. Residía en un piso sin ascensor de Carabanchel (Alto), constituyente en un matrimonio de dos hijos más el abuelo, que se había venido de un pueblo de Cuenca a vivir con ellos para que se le sacara jugo a su malbaratada pensión. El padre era camionero, y sólo podía ver a su familia tres días a la semana. La madre era una sufrida ama de casa de inigualable genio. Uno de los hijos se llamaba Manolo, como su padre.
   Yo me crié con Manolo (al que todos en el barrio lo llamaban por el diminutivo, y por el apellido de Gafotas) y con su hermano pequeño Nicolás, apodado sin mala intención, únicamente por pragmatismo y el nene estaba de acuerdo, el Imbécil. Fui al instituto Diego de Velázquez donde la sita Asunción nos tachaba de delincuentes día sí y día también, dejando entrever un espíritu maternal que supe advertir con el paso de los años mientras compartía pupitre con el Orejones López, Yihad, Susana Bragas Sucias, Mostaza, Paquito Medina, Óscar Mayer o Melody Martínez, entre otros. Luego íbamos al Parque del Ahorcado a jugar a las cosas más brutas y estúpidas que pueda imaginarse, acosados de vez en cuando por los macarras del instituto Baronesa Thyssen. Y, sazonados con los gritos de nuestras madres desde el balcón para que volviéramos a casa a cenar, así pasaban los días, los meses y los años, sin que llegaran cartas de Hogwarts, sin que fuéramos acosados por vampiros diurnos de andrógina sexualidad; tampoco venían insinuantes jamonas parecidas a Jennifer Lawrence disparando flechas. Pero todos y cada uno de aquellos días, meses y años, fueron inolvidables.


   Mi infancia no se podría entender sin Manolito Gafotas, y como la mía la de muchos como yo. Devoraba los libros una y otra vez, me reía aun cuando hubiera ciertas referencias al mundo de los adultos que no alcanzaba entonces a comprender, ansiaba la llegada del siguiente ejemplar. Después de Manolito tiene un secreto (a la postre, el más flojo de todos), esta espera se prolongó lo indecible. Acabé casi olvidándome, crecí, llegué a la adolescencia y me maté a pajas, llegué a la madurez en la que supongo que llegué a encontrarme y también me maté a pajas, y Elvira Lindo no escribió más libros sobre el primogénito de los García Moreno. La historia quedó en suspenso, configurándose al cabo como un bello pero inconcluso recuerdo. 
   Hasta ahora. En el peor momento que atravesamos, con la crisis, la inocencia abatida y el desengaño fresco, llega un nuevo título de la saga, Mejor Manolo, y observemos ya desde el título toda una declaración de intenciones que, por suerte y habiéndolo leído en poco menos de un día, no llega a serlo tanto. Manolito ya no quiere que le llamen así, que ha crecido, jolines, dos años hace desde la última desventura, ahora es el mayor de tres hermanos. Persigue una madurez ansiada pero, por serlo de tal modo, una que nunca llega a alcanzar, y acaba siendo el mismo de siempre. Ingenuo, perspicaz, indefectiblemente charlatán. Y su visión de las cosas conserva el mismo encanto, el humor sarcástico por forma pero no por fondo, el aroma de las mejores historias, el arte de la Elvira Lindo más inspirada y retraída a su propia niñez.
   Porque, en efecto, Mejor Manolo no sólo es un gran libro, sino que puede presumir de quedar a la altura de títulos como Pobre Manolito, Los trapos sucios o Manolito on the road. Todos los personajes están ahí, perfectamente reconocibles, tan reales como la vida misma. El Imbécil ya no usa chupete (al menos según las ilustraciones de Emilio Urberuaga), pero sigue siendo el puto amo, aunque ahora tenga que competir con su hermanita Chirli (de Chirli Temple) por la atención de los adultos. El abuelo Nicolás sigue molando un pegote. La Boni y Bernabé se mantienen también y siguen siendo adorables, cada uno a su modo. A Yihad siempre nos entrarán ganas de aviarle a collejas de efecto retardado. Y prefiramos no hablar de aquellos aprietos económicos entre los que siempre se hallaron metidos los García Moreno y que siguen estando, hoy más que nunca, a la orden del día.


   Pues resulta que, previo al estallido de la burbuja inmobiliaria, a los García Moreno les dio por comprar un secarral en la carretera de Toledo, en el que construirían un día de éstos, cuando las cosas les fueran algo mejor, el chalé adosado de sus sueños. También ocurrió que sufrieron lo suyo con Bankia. La madre, Catalina (uno de los mejores personajes de la literatura española), tuvo que buscarse un trabajo que combinar con sus infatigables actividades domésticas, porque las cosas andaban cada vez peor.
   En definitiva, Mejor Manolo cuenta con una virtud que no tenían los libros predecesores, y ésta es su férreo compromiso con la realidad social del momento. Nunca se agolparon en la prosa de Elvira Lindo tantas referencias al fatídico mundo con el que nos encontramos cada vez que levantamos la mirada del libro, ni se conformó en él una tragicomedia de tal calibre. Manolito Gafotas es, más que nunca, realidad. Y es, más que nunca, necesario.
   En sus (terroríficamente escasas) 190 páginas reiremos, lloraremos y, sobre todo, sonreiremos. Será una sonrisa tonta, tierna, melancólica, con su deje amargo, aquélla que sólo pueden producir las inocentes tribulaciones de un niño asomado a aquel mundo de los adultos al que pronto habrá de unirse pero, por suerte, aún no. Y si algún día lo hace, espero al menos llegar a saber cómo le fue.

lunes, 29 de octubre de 2012

Malhaya sean los carteros que no traen nada para mí

sé que lo que vais a leer a continuación (si seguís leyendo) es difícil de entender. lo hubiera intentado hacer más simple, pero no me gusta masticaros la comida. no soy de esos. si no podéis por cualquier razón, dejad de leer y mandadme al carajo. no os voy a juzgar por ello (no sería justo porque no sois los primeros). es básicamente que no se escarmienta en cabeza ajena y esta experiencia, supongo, sólo la he tenido yo de todos cuanto leeréis esto. por eso es difícil. pero gracias:



acabé hace tiempo, un tiempo relativo, dos libros que, de una forma y de otra también, cambiaron mi concepto de la espera. la espera como momento absurdo del día. también es romántico, idiota y enérgicamente cercenado de energía y todo eso. al menos hay gente que lo dice así. la espera como solución, que no como principio, que es lo que suele, ya nos pese, ser. ya nos pese, digo, sin medidas, porque hay cosas que no tienen medición: la pasión, la soledad, la espera. porque aunque puedas decir 'llevo esperándote 17 minutos', no sabes el tiempo que llevas queriendo esperar esos 17 putos minutos. haría falta tal vez sólo un ejemplo para que entendierais lo que quiero decir, pero hoy no estoy para ejemplos, ni para tiempos relativos, ni para absurdeces románticas ni románticos absurdos (inclúyanse en el grupo que gusten). hoy estoy aquí porque ya no hay sellos, ya no hay lacre fundido y ya no hay locos.


EL PRIMERO

las cartas que espera 'el coronel' en 'el coronel no tiene quien le escriba' son cartas de salida. pero no hay un ¿de dónde? para responder. sólo le llegaría esa carta y sería otro. o, bueno, pensándolo mejor, no sería otro: cambiaría. a mejor. todo cambia a mejor. las sinopsis me aburren en el poco tiempo que tardo en leerlas así que os la omito, los resúmenes cometen el pecado de hacer realidad la ficción (pido la voz y la palabra para quemarlos), y si quieren, por tanto, saber de qué va el libro, cómprenlo. leánlo, en tres días. sólo diré que habla de un matrimonio y sus 17 minutos. ese matrimonio es el pozo de la nostalgia, la cuerda está ahí, no la cogen y nunca viene el pozero (la carta) que les saque de esa inquebrantable y ya rota 'su historia'. la de ellos. ¿dónde está el hijo? ¿quién comerá mierda? ¿quién alimenta al gallo para alimentar a quién? cartas de salida de una vida de periódico y paseo, de mosquitera y zapatos de domingo, de amor y de puerto (que es lo mismo). es de Gabriel García Márquez. hay muchas ediciones. os recomiendo el papel amarillento, que huela, que vuelva ásperas las puntas de vuestros dedos que no se cartean con nadie.

(aún os admiro por seguir leyéndome en mis delirios)

de repente, cuando lo acabé, no advertí nada: no advertí el fruto de un amor con la cimiente en los años pasados, no advertí las ruinas y que las formas de correspondecia actuales son como los mensajes privados de las redes sociales, en donde la cultura del telegrama barato ha privado a la sociedad de un nuevo método romántico de espera. pero así esas cartas modernas se vuelven cartas de transición entre que quien la envía y quien la recibe puedan ser dos personas que viven uno al ladito del otro. o incluso que duermen juntos. las cartas hay que enviarlas a gente que esté a tomar por culo. telegrafiadas en máquinas de escribir. sin mayúsculas para ahorrar. o manuscritas y perfumadas.

EL SEGUNDO

'ardiente paciencia' era el título original de lo que todos conocen como 'el cartero de Neruda', un libro ejemplo de otros libros. es de Antonio Skármeta. hay una película, pero no la he visto. yo me identificaba con mario jimenez, un entusiasta joven cenutrio que se inspira en/copia a su maestro Neftalí Reyes aka. Pablo Neruda (y por ende  Matilde Urrutia). Ella. a quien va dedicado el libro. a quien deberían estar dedicados todos los libros. con este libro vi cuan gilipollas era intentando hacer algo ya hecho (ser Neruda). o, de otra forma, hay que ser uno mismo en los aspectos más nauseabundos de la vida. hay que amar como a ti te salga amar, hay que escribir como tú quieras escribir y hay que recibir las cartas que a ti solo y sólo te manden.


(aún os admiro)

a mí este libro me lo regalaron y aún hoy no sé si era así como se reciben las misivas. a mí me ardían las manos y me sentía como perdido. un efebo en el mundo mágico de las cédulas. pero reconozco que leyéndolo me fui haciendo más infantil, más torpe si se pronuncia como leyendo el poema 'Tu Risa'. las de este libro eran cartas de llegada donde la vida. vida de playa y cantina. de pluma y folio. de pluma y aves. buenas cartas.




las cartas no llevan fotos y así yo las deifico y os la entrego. os la mando. las cartas son dificultosas, para leerlas una y otra vez, como así os la envío. y ya está. esto es todo lo que tenía dentro. el otro día utilicé mi dedo como abrecartas carnal y todo lo que decía lo de dentro era 'Estimado Señor miapellido' y sandeces varias sobre números bancarios, seguros y de nuevo el estimado miapellido que no se parece en nada a mí. eso no es una carta. Yo nunca he recibido una carta.