miércoles, 9 de enero de 2013

Huida hacia adelante

Habrán pasado ya más de diez años desde que acaeciera el milagro, de que se desencadenara la auténtica magia (pues a qué otra cosa si no cabría achacarlo), y un súbito interés por la lectura sacudiera a la población mundial. Eran buenos tiempos, aquéllos, cuando veías a unos señores de más de sesenta años leyendo volúmenes con un dibujo así como infantil en sus portadas; cuando un libro, por una vez, era una buena opción a la hora de hacerle un regalo a alguien; y cuando críos de 9 o 10 años rebosaban las librerías ataviados con gafas redondas, túnicas raídas y cicatrices pintarrajeadas con forma de rayo.

Éste no soy yo de chico, pero debería serlo

   Podrá argüir alguien que este interés por la lectura (que conste que me estoy refiriendo, al menos por ahora, a lectura, y no literatura) se puede sentir también en nuestra aciaga actualidad, pero sólo podrá obtener por mi parte un bufido de desprecio. No me fastidie. Compararme a Harry Potter (sí, amiguitos, de él y sus millones de todo es de lo que hablamos) con los vampiros mariquillas que dejan brillar al sol las gemas que cubren su pecho, o con las jóvenes marimacho que se entretienen disparando flechas en distopías vagas y facilonas. Por no hablar de Cincuenta sombras de Gray, contra la que podría deshacerme en chistes malintencionados, pero creo que su ya asentada consideración de "porno para madres" me exime de ese deber. Por favor. Es Harry Potter, queridos amigos. Y la amplia mayoría de la población planetaria (eso quiero creer, que el cinismo no la haya diezmado aún) sabe que eso son palabras mayores, y que nunca habrá nada igual. 
   Qué voy a contar que no sepáis, mis queridos lectores de best-sellers. El fenómeno literario (bueno, aún no, llamémoslo comercial) que supuso la saga creada por J. K. Rowling dudosamente podrá ser igualado en el futuro, y me refiero a términos creativos, no sólo a los meramente económicos, aunque esta última sea tan rica como la Reina de Inglaterra y la Stephenie Meyer, por otro lado, diga ser mormona, por lo que seguro que violará gatitos o, qué sé yo, seguirá escribiendo. Que viene a ser lo mismo.
   El asunto es que, con el paso de los años, no pudo verse como la bendición cultural que Harry Potter, esto es indiscutible, supone. Había que ir más allá del hecho de que montones de niños que no habían cogido un libro en su vida leyeran ávidamente las aventuras de Harry Potter. Había que ser transgresor. Había que ser capullo. "Mala literatura", "Carencia de estilo", "Lectura facilona". Lindezas de este tipo, propias de gente que a lo mejor lo único que ha leído en su vida ha sido Marcel Proust y que, por lo tanto, está bastante amargada, y no ven más allá de su tiempo perdido.
   Sinceramente espero que con su último libro esta tontería generalizada escampe. Porque sí, J. K. Rowling, tras la última entrega de Harry Potter (y posiblemente la peor), ha vuelto a publicar algo, y esta vez no se trata de "Criaturas mágicas y dónde pagarlas", o de "Los sablazos de Beedle El Bardo", no. Es una novela independiente, se llama "Una vacante imprevista", y en la contraportada dice ser para adultos. Oséase, que J. K. Rowling, o se corona, o se va discretamente al carajo.

Este zagal no ha tenido tanta suerte alejándose de Harry Potter. Porque, quiero decir, sigue siendo Harry Potter, en pelotillas, al lado de un caballo blanco, ¿no? ¿Es eso?

   Y ya adelanto que mi estimada señora se ha coronado. Y deseo fervientemente que, al tratarse de una novela "seria", haga salir de su error por fin a esos críticos que la leen por encima del hombro, o ni eso.  Porque, a ver si se os hace la boca agua, esta nueva obra va de crítica social, de ambientes marginales, de drogas, de sexo, de adolescencia problemática y de, ante todo, mucha infelicidad. Nada que ver con Hogwarts o con sus mágicos habitantes, tan positivos y valientes, si acaso con Severus Snape, quien, como todo el mundo sabe, supone el mejor personaje de todos ellos. 
   Se trata de una historia coral, que examina las vidas y miserias de los habitantes de un pueblecito llamado Pagford. Un concejal acaba de morir, y su plaza vacante será disputada por varios de los conciudadanos. Claro está, sólo es un punto de partida, uno que permita que ya afloren los primeros recelos y se fragüen las primeras intrigas. Llevándolo al terreno hitchcockiano no devendría más que un mcguffin y, he de decir, uno de los más eficaces que he experimentado, pues al final del libro cuesta creer que todo lo narrado haya tenido un comienzo tan sencillo y frívolo. 
   La historia, como únicamente comprobará el lector cuando llegue a su final, está admirablemente ensamblada, y se nota en ello la mano de su autora (la recordaba en muchas ocasiones cuando, increpada sobre el final de las aventuras del niño mago, ella respondía que "lo tenía todo pensado", y que "el primer capítulo fue lo primero que escribió"). Aparte de este aspecto, no tan excepcional como podría parecer en un principio, se nota el estilo de Rowling (para todos aquellos que digan que no tiene de eso), en la creación de personajes.
   Todos y cada uno de ellos tienen sus luces y sombras, más de estas últimas, y las relaciones entre cada uno de ellos están descritas de un modo inmejorable. Por mencionar a algunos, iré a mis favoritos, que no es que me caigan bien (ninguno, creo, caerá bien a nadie totalmente), pero sí son los focos de las tramas más interesantes. Empezamos por Stuart Fats Wall, una especie de Holden Caulfield con mucha más mala leche; inmediatamente después está su apocada madre, Tessa Wall, orientadora del instituto y, creo, el componente más positivo del retablo; Samantha Mollison, una mujer amargada y sarcástica que desprecia a su marido, el cual se va a presentar a la plaza vacante del concejo; Andrew Pryce, el mejor amigo de Fats, cuyo padre le maltrata; Sukvinder Jawanda, una chica hindú que sufre de dislexia, bullying y tendencias suicidas (la alegría de la huerta, vamos); Kay, la neurótica asistente social; o Krystal Weedon, sin duda el personaje más trágico de todos, y eso, creedme, es decir mucho.
   No debiera, sin embargo, enumerar los conflictos entre cada uno de estos personajes, no sólo por el trabajo que me llevaría sino porque la proliferación de éstos es una parte primordial para la experiencia que J. K. Rowling nos propone. Una vacante imprevista se va desarrollando poco a poco, presentando a los personajes, con unas primeras 100 páginas que pueden hacerse, para qué engañarse, bastante aburridas. Este tedio puntual, necesario, será compensado con creces, sobre todo llegando al tramo final, que supone, sin temor a equivocarme o a exagerar, de lo más descorazonador y deprimente que he leído nunca. 

"Soy rubia pero escribo sobre la naturaleza humana, y me sale que te cagas, por cierto"

   Una vacante imprevista es un libro muy chungo, amiguitos, y miedo me da que algún padre, fiándose sólo del nombre de la autora, se lo regale a su hijo pequeño, y éste lo lea. No ya por el lenguaje soez, o las escenas de sexo (éstas son descritas con esa típica naturalidad y aridez que ya conocemos en J. K.), sino por la experiencia global de la lectura. Hasta el más amargado lector de Proust llegará al final de la novela sin aliento, indefenso, atrapado en una lectura que, de tan adictiva como acaba revelándose (eso no es nuevo tampoco, ¿verdad?), no podrá dejar ni aunque quiera, ni aunque se harte de una visión tan real y pesimista de la condición humana.
   ¿Alguna pega que ponerle? Pues la misma que, en su día, le puse a la película Network, de Sidney Lumet (un trabajo que tampoco era de arte y ensayo precisamente). La novela peca de tremendista, y por momentos llega a ser difícil de creer que todos y cada uno de los personajes sean tan miserables, o tengan tan mala suerte (como cuando uno de ellos revela ser un pedófilo en potencia, que ya era lo que faltaba). Como en Network, que si no la habéis visto tenéis un gran pecado que expiar, a veces no vendría mal un poco de mesura. Algún personaje que diera buen rollo, que añadiera un punto de racionalidad. Pero nada.
   En todo caso, este ansia por deprimirnos fue una decisión plenamente consciente de J. K. Rowling, a quien ahora respeto más si cabe. Quiso hacerlo así, quiso hacer algo radicalmente diferente, y mejor no podría haberle salido el empeño. La demiurga del niño mago ha sabido huir de la sombra de éste lejos, muy lejos, y el esfuerzo por no encasillarse le ha salido redondo, al menos literariamente. 
   Porque, en efecto, hablamos de literatura. Cojones ya.

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