miércoles, 12 de septiembre de 2012

Mad World

En estos tiempos tan decadentes, desencantados y desengañados, se han alzado  poco a poco varias voces defensoras de una nueva y tímida máxima que, tiempo y calidad mediante, ha ido calando más hondo, y ganando más adeptos. Por lo visto, hoy en día podemos encontrar el mejor cine en la propia televisión, en la mal llamada (siempre que no hablemos de TVE, o de Tele 5, o de Cuatro, o de Intereconomía, o de todas las principales, o de todas las autonómicas, o de la mayoría de los canalillos del TDT) caja tonta. La pega es que, como en el cine, también hay que pagar y hacer cálculos sobrehinchados de IVA. O buscar en Internet, como hemos hecho siempre con todo.
   Sin embargo, en EEUU hay gente que paga por estas cosillas (gilís) y gracias a ello a los grandes canales de pago (AMC con la serie de la que hablaré a continuación, Showtime con la cuasi porno y cuasi perfecta Californication, o HBO con absolutamente todo lo que hace) les sale rentable gastarse sus milloncejos en producir capítulos de ambientación y efectos acongojantes, en recurrir a actores reconocidos, y, sobre todo, en contratar guionistas. 
   Y uno de éstos es Matthew Weiner, guionista de la quinta y sexta temporada de Los Soprano, y creador, por si fuera poco, de Mad Men, la gran serie de la que todo el mundo ha oído hablar, y que ojalá a todo el mundo le diera por ver. A mí, este verano, me ha dado por verla, un capítulo tras otro, desarrollando un mono muy intenso y sofisticado, que se dio de bruces con el final de la quinta temporada. Y así está ahora mi vida de vacía.

La secuencia de los créditos es una maravilla. Hasta salió en Los Simpson (aunque en un capítulo malo, obviamente)

   Cosa curiosa, Mad Men se limita a retratarnos el día a día en una agencia de publicidad de los años 50/60 al tiempo que entrecruza ciertos sucesos históricos con el devenir de sus protagonistas (vamos, como Cuéntame cómo pasó pero sin montajes cutres y sin Carrillo fingiendo tener ochenta años menos). No es más que eso. No hay ni violencia, ni tacos, ni siquiera sexo (o al menos en la medida en la que HBO nos tiene acostumbrados). Únicamente la, por otro lado previsible, sobresaliente ambientación, un plantel de actores soberbios, desde el primero hasta el último, y un guión que, simple y llanamente, es una joya. 
   Sin embargo, como la ambientación sólo llena del todo a los modernillos y a Garci, y hasta Al Pacino puede llegar a resultar indigesto si no cuenta con unos diálogos mínimamente decentes (como le ocurrió al pobre en Righteous Kill, una película que me hizo vomitar y que aún hoy me dan naúseas sólo de pensar en ella), es obvio que la razón del éxito de Mad Men, y su mayor virtud, radica en el guión, una obra de relojería suiza, poseedora de un dinamismo digno de Aaron Sorkin y que deja a la altura del betún a todo lo que puedan intentar las series españolas. Lo cual, dicho sea de paso, no es que sea muy difícil. 
   ¿Qué destacar de un guión así, aparte de todo? Por un lado, ciertos diálogos que son una gozada, y las situaciones que de ellos se desprenden (muchas atesorando un humor negro inaudito, sobre todo a partir de la tercera temporada). Y, por otro, el diseño y evolución de TODOS los personajes. No hay ni uno flojo, o que sobre. Todos tienen su trasfondo, sus momentos de lucimiento. Y, además, la serie consigue que siempre en algún momento te caigan mal o te caigan bien, para finalmente acabar amando a la mayoría.

Todos y cada uno de ellos son sublimes

  Tenemos al protagonista, al apuesto Don Draper, interpretado con oficio por Jon Hamm, a la sazón productor de la serie en su quinta temporada, un hombre de oscuro pasado y compulsivamente infiel que podrá caer mejor o peor, pero que no hay duda de que posee una personalidad arrolladora (empezando porque es capaz de echar violentamente de su despacho a clientes millonarios sólo porque no les ha gustado su idea, ahí, con dos cojones). Luego está Betty Draper, su mujer (January Jones, quien tiene aquí mucho más diálogo que en X-Men: Primera generación, pero tampoco mueve las cejas mucho más), un nuevo ejemplo de caracter bien construido y evolucionado (salvo alguna meada fuera del tiesto como la que se marcan los guionistas en la quinta temporada), sin que eso implique que me caiga precisamente bien. Mucho más simpática me resulta Sally Draper, la hija de ambos, una ricura de niña que protagoniza algunos de los mejores momentos del show.
   Y ya, hablando de la adorable Peggy Olson (Elizabeth Moss, ciencióloga, y el mayor acierto de cásting), pues, bueno, mi personaje favorito. Una chica de pueblo inocente y confiada que comienza como secretaria de Don Draper para llegar mucho más lejos. La podríamos considerar la coprotagonista de Mad Men pese a ser, irónicamente, una mujer, y es que su relación con Don, entrañable y original, sin duda es una de las piedras angulares de la trama.
   Luego tenemos a Pete Campbell, otro personaje interesantísimo, un publicista de ambición desmedida y escasos escrúpulos que no es tan malo como parece (o no demasiado); Roger Sterling, jefe de Don, indudablemente el responsable de los momentos más humorísticos; Joan Holloway, jefa de secretarias, que está buenísima y tiene una evolución grandiosa, para no variar... Y ya acabando, otros personajes memorables como Lane Pryce (inolvidable su papel en la quinta temporada), Bert Cooper, Megan, Kinsey, Duck Phillips, Anna Draper...
   El secreto de Mad Men está en sus personajes, en lograr que la gente empatice con ellos en mayor o menor medida, puesto que su trama, en realidad, no apasionaría lo más mínimo de no ser por ellos. Todo lo que les pasa se nos revelaría insustancial y casi con trazos culebroneros (oh, epiquísimo, ahora la agencia Sterling & Cooper trabajará con tabacaleras, oh, no sé quién se ha vuelto a quedar preñada), sino fuera por ellos y por sus ingeniosas y mordaces réplicas, arrojadas a lo largo de unas temporadas sucesivamente mejores. También por aquellos momentos en los que Don Draper se nos ofrece tan vulnerable, por ésos en los que Roger Sterling hace el payaso, por aquellos otros en los que Pete Campbell se lleva alguna hostia, por esos muchos en los que Joan se pasea por los pasillos meneando ese culo tan gordo y perfecto que Dios le ha dado...

"¿Por qué seguís viendo La que se avecina? ¿Por qué?"

   Una serie inolvidable, que aún no ha concluido (quedan dos temporadas más, según Weiner), y que de constituir una larguísima y apasionante película se haría con todos los Oscar habidos y por haber. La mejor serie de la actualidad ¿Mejor que Boardwalk Empire? Me da un poco de pena admitirlo pero sí. ¿Mejor que Juego de Tronos? Estooo... a ver. Juego de Tronos tiene dragones, y a Tyrion, y mucho más sexo. La muy perra juega con ventaja. Y aún así, la serie de la AMC constituye lo mejor que he podido ver en una pantalla a lo largo de un verano en el que he visto bastante cine. Esto de las máximas es tremendo, ¿eh?
   Si aún no la veis, deberíais. Cuanto antes. Ah, y se me olvidaba: Mad Men es la primera serie de televisión que consigue que una canción de los Beatles suene íntegra en uno de sus capítulos. Por algo será.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Hop Hop Hopper


El arte ha estado últimamente en el candelero compartiendo telediarios con los incendios, la crisis y el fútbol, todo gracias a una señora que decidió darlo todo y restaurar una pintura en la iglesia de su pueblo. El resultado fue tan bueno que decenas de personas, con tanto interés en el arte como el que pueda tener yo en la física cuántica, se han desplazado al desconocido lugar para ver una pintura mural de Jesús convertida ahora en una pieza de arte moderno. Quería aprovechar esta entrada para lanzar al ciberespacio mi sugerencia y estimular las visitas a los museos. Ahí va el eslogan: “¡¡¡Elige una obra maestra y personalízala!!! Te regalamos la brocha con la entrada”. Yo ya tengo pensado qué cambios le haría a “Las Meninas” pero estoy abierta a otras sugerencias.

Casa junto a la vía del tren. Edward Hopper
Fuente:www.moma.org

Después de dejar clara mi opinión ya podemos pasar a otro tema menos popular. Septiembre está aquí y con él no solo llega el fin de las vacaciones también se acaba, por ejemplo, la exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza (conocido por todos como “Tisen” o “el sitio de la baronesa” ) sobre Edward Hopper (1882-1967). Nuestro nuevo amigo pasó la mayor parte de su vida en Nueva York y retrató la vida cotidiana de los americanos en general y la vida urbana de los neoyorquinos en particular, formando parte de una generación de artistas que a principios del siglo XX pretendían distanciarse de la influencias del arte europeo, especialmente de los impresionistas, para alcanzar un sello personal.
Nos dicen que Hopper era un hombre solitario, tal vez por eso en su obra la mayoría de los personajes parecen aislados y nunca vemos multitudes, las personas aún en compañía de otras siempre parecen atentas solo a sus asuntos. No sé si esto influye en las sensaciones que tengo pero su pintura me parece fría y esto es algo que me suele ocurrir con el realismo, la culpa es mía no de Hopper, todo es cuestión de gustos. Es cierto que estimula tu curiosidad y te preguntas a dónde estará mirando esa mujer, en qué piensa ese hombre o hacia dónde se dirige, pero estas preguntas surgen porque la indiferencia que me producen los personajes me permite distanciarme de lo que veo. Las casas campestres, los edificios, el mar o cualquier lugar creado por el pintor me parecen más vivos que sus figuras humanas.


Sol de mañana. Edward Hopper
Fuente:www.columbusmuseum.org

Llama la atención la gran influencia que tiene en el pintor el cine y viceversa. No he descubierto el agua tibia, te lo dicen en los folletos informativos y es lo que han resaltado en todos los reportajes que publicitaban la muestra. Esta relación con la pantalla grande va más allá de la anécdota de “La casa junto a la vía del tren” (inspiró a Hitchcock para la mansión de “Psicosis”), hablo de sus grabados que parecen fragmentos de storyboards o las perspectivas y encuadres escogidos que no son, o al menos no lo eran en ese momento, los habituales en la pintura, como en el caso de “Pavimentos de Nueva York”.

Al final el museo nos presenta un tinglado que reproduce el cuadro “Sol de mañana”  y solo sirve para dos cosas. Primero: ocupar espacio porque sobraba una sala pero no cuadros con qué llenarla. Segundo: satisfacer las ansias de muchos visitantes por fotografiar algo con el móvil, no importa si es animal, vegetal o mineral. Pero tranquilos porque aún no habrá terminado la exposición, llega la hora de invertir en arte. Justo en la salita de al lado nos ofrecen gran cantidad de souvenirs y empezamos a oír cosas como ¿Quieres un pin de Hopper? o, tal vez, a algún encargado respondiendo No, lo siento no hay imanes pero tenemos abrebotellas y postales. Si no quieres comprar nada tendrás que irte a otra parte porque un vigilante se interpone en tu camino cuando quieres desandar lo andado y te advierte: No hay vuelta atrás en este viaje pequeño hobbit. En ese momento eres consciente de que no regresarás del Monte del Destino y terminarás comprándote una goma tuneada con un cuadro.

Pavimentos de Nueva York. Edward Hopper
Fuente:www.wikipaintings.org


Frikadas aparte, podréis disfrutar de este repaso a la obra de Edward Hopper hasta el próximo 16 de septiembre (Lunes y domingo de 10 a 19 / de Martes a Sábado de 10 a 23), son 10 euros la entrada general y 6 la reducida.