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miércoles, 9 de enero de 2013

Huida hacia adelante

Habrán pasado ya más de diez años desde que acaeciera el milagro, de que se desencadenara la auténtica magia (pues a qué otra cosa si no cabría achacarlo), y un súbito interés por la lectura sacudiera a la población mundial. Eran buenos tiempos, aquéllos, cuando veías a unos señores de más de sesenta años leyendo volúmenes con un dibujo así como infantil en sus portadas; cuando un libro, por una vez, era una buena opción a la hora de hacerle un regalo a alguien; y cuando críos de 9 o 10 años rebosaban las librerías ataviados con gafas redondas, túnicas raídas y cicatrices pintarrajeadas con forma de rayo.

Éste no soy yo de chico, pero debería serlo

   Podrá argüir alguien que este interés por la lectura (que conste que me estoy refiriendo, al menos por ahora, a lectura, y no literatura) se puede sentir también en nuestra aciaga actualidad, pero sólo podrá obtener por mi parte un bufido de desprecio. No me fastidie. Compararme a Harry Potter (sí, amiguitos, de él y sus millones de todo es de lo que hablamos) con los vampiros mariquillas que dejan brillar al sol las gemas que cubren su pecho, o con las jóvenes marimacho que se entretienen disparando flechas en distopías vagas y facilonas. Por no hablar de Cincuenta sombras de Gray, contra la que podría deshacerme en chistes malintencionados, pero creo que su ya asentada consideración de "porno para madres" me exime de ese deber. Por favor. Es Harry Potter, queridos amigos. Y la amplia mayoría de la población planetaria (eso quiero creer, que el cinismo no la haya diezmado aún) sabe que eso son palabras mayores, y que nunca habrá nada igual. 
   Qué voy a contar que no sepáis, mis queridos lectores de best-sellers. El fenómeno literario (bueno, aún no, llamémoslo comercial) que supuso la saga creada por J. K. Rowling dudosamente podrá ser igualado en el futuro, y me refiero a términos creativos, no sólo a los meramente económicos, aunque esta última sea tan rica como la Reina de Inglaterra y la Stephenie Meyer, por otro lado, diga ser mormona, por lo que seguro que violará gatitos o, qué sé yo, seguirá escribiendo. Que viene a ser lo mismo.
   El asunto es que, con el paso de los años, no pudo verse como la bendición cultural que Harry Potter, esto es indiscutible, supone. Había que ir más allá del hecho de que montones de niños que no habían cogido un libro en su vida leyeran ávidamente las aventuras de Harry Potter. Había que ser transgresor. Había que ser capullo. "Mala literatura", "Carencia de estilo", "Lectura facilona". Lindezas de este tipo, propias de gente que a lo mejor lo único que ha leído en su vida ha sido Marcel Proust y que, por lo tanto, está bastante amargada, y no ven más allá de su tiempo perdido.
   Sinceramente espero que con su último libro esta tontería generalizada escampe. Porque sí, J. K. Rowling, tras la última entrega de Harry Potter (y posiblemente la peor), ha vuelto a publicar algo, y esta vez no se trata de "Criaturas mágicas y dónde pagarlas", o de "Los sablazos de Beedle El Bardo", no. Es una novela independiente, se llama "Una vacante imprevista", y en la contraportada dice ser para adultos. Oséase, que J. K. Rowling, o se corona, o se va discretamente al carajo.

Este zagal no ha tenido tanta suerte alejándose de Harry Potter. Porque, quiero decir, sigue siendo Harry Potter, en pelotillas, al lado de un caballo blanco, ¿no? ¿Es eso?

   Y ya adelanto que mi estimada señora se ha coronado. Y deseo fervientemente que, al tratarse de una novela "seria", haga salir de su error por fin a esos críticos que la leen por encima del hombro, o ni eso.  Porque, a ver si se os hace la boca agua, esta nueva obra va de crítica social, de ambientes marginales, de drogas, de sexo, de adolescencia problemática y de, ante todo, mucha infelicidad. Nada que ver con Hogwarts o con sus mágicos habitantes, tan positivos y valientes, si acaso con Severus Snape, quien, como todo el mundo sabe, supone el mejor personaje de todos ellos. 
   Se trata de una historia coral, que examina las vidas y miserias de los habitantes de un pueblecito llamado Pagford. Un concejal acaba de morir, y su plaza vacante será disputada por varios de los conciudadanos. Claro está, sólo es un punto de partida, uno que permita que ya afloren los primeros recelos y se fragüen las primeras intrigas. Llevándolo al terreno hitchcockiano no devendría más que un mcguffin y, he de decir, uno de los más eficaces que he experimentado, pues al final del libro cuesta creer que todo lo narrado haya tenido un comienzo tan sencillo y frívolo. 
   La historia, como únicamente comprobará el lector cuando llegue a su final, está admirablemente ensamblada, y se nota en ello la mano de su autora (la recordaba en muchas ocasiones cuando, increpada sobre el final de las aventuras del niño mago, ella respondía que "lo tenía todo pensado", y que "el primer capítulo fue lo primero que escribió"). Aparte de este aspecto, no tan excepcional como podría parecer en un principio, se nota el estilo de Rowling (para todos aquellos que digan que no tiene de eso), en la creación de personajes.
   Todos y cada uno de ellos tienen sus luces y sombras, más de estas últimas, y las relaciones entre cada uno de ellos están descritas de un modo inmejorable. Por mencionar a algunos, iré a mis favoritos, que no es que me caigan bien (ninguno, creo, caerá bien a nadie totalmente), pero sí son los focos de las tramas más interesantes. Empezamos por Stuart Fats Wall, una especie de Holden Caulfield con mucha más mala leche; inmediatamente después está su apocada madre, Tessa Wall, orientadora del instituto y, creo, el componente más positivo del retablo; Samantha Mollison, una mujer amargada y sarcástica que desprecia a su marido, el cual se va a presentar a la plaza vacante del concejo; Andrew Pryce, el mejor amigo de Fats, cuyo padre le maltrata; Sukvinder Jawanda, una chica hindú que sufre de dislexia, bullying y tendencias suicidas (la alegría de la huerta, vamos); Kay, la neurótica asistente social; o Krystal Weedon, sin duda el personaje más trágico de todos, y eso, creedme, es decir mucho.
   No debiera, sin embargo, enumerar los conflictos entre cada uno de estos personajes, no sólo por el trabajo que me llevaría sino porque la proliferación de éstos es una parte primordial para la experiencia que J. K. Rowling nos propone. Una vacante imprevista se va desarrollando poco a poco, presentando a los personajes, con unas primeras 100 páginas que pueden hacerse, para qué engañarse, bastante aburridas. Este tedio puntual, necesario, será compensado con creces, sobre todo llegando al tramo final, que supone, sin temor a equivocarme o a exagerar, de lo más descorazonador y deprimente que he leído nunca. 

"Soy rubia pero escribo sobre la naturaleza humana, y me sale que te cagas, por cierto"

   Una vacante imprevista es un libro muy chungo, amiguitos, y miedo me da que algún padre, fiándose sólo del nombre de la autora, se lo regale a su hijo pequeño, y éste lo lea. No ya por el lenguaje soez, o las escenas de sexo (éstas son descritas con esa típica naturalidad y aridez que ya conocemos en J. K.), sino por la experiencia global de la lectura. Hasta el más amargado lector de Proust llegará al final de la novela sin aliento, indefenso, atrapado en una lectura que, de tan adictiva como acaba revelándose (eso no es nuevo tampoco, ¿verdad?), no podrá dejar ni aunque quiera, ni aunque se harte de una visión tan real y pesimista de la condición humana.
   ¿Alguna pega que ponerle? Pues la misma que, en su día, le puse a la película Network, de Sidney Lumet (un trabajo que tampoco era de arte y ensayo precisamente). La novela peca de tremendista, y por momentos llega a ser difícil de creer que todos y cada uno de los personajes sean tan miserables, o tengan tan mala suerte (como cuando uno de ellos revela ser un pedófilo en potencia, que ya era lo que faltaba). Como en Network, que si no la habéis visto tenéis un gran pecado que expiar, a veces no vendría mal un poco de mesura. Algún personaje que diera buen rollo, que añadiera un punto de racionalidad. Pero nada.
   En todo caso, este ansia por deprimirnos fue una decisión plenamente consciente de J. K. Rowling, a quien ahora respeto más si cabe. Quiso hacerlo así, quiso hacer algo radicalmente diferente, y mejor no podría haberle salido el empeño. La demiurga del niño mago ha sabido huir de la sombra de éste lejos, muy lejos, y el esfuerzo por no encasillarse le ha salido redondo, al menos literariamente. 
   Porque, en efecto, hablamos de literatura. Cojones ya.

viernes, 21 de diciembre de 2012

De tangos, romances y egos

Escribo estas líneas a la víspera de que el mundo se acabe, y las enfoco como la rúbrica de un testamento impersonal y desencantado, como una broma irrelevante que se ahoga en su propia estupidez y diáfano desconocimiento. Hablando en plata, que los mayas me la traen bastante floja, y que si no os molesta ni estáis ocupados abrazando a vuestras familias, consumando extremaunciones o pagando a lumis para que os desfloren de una santa vez, voy a hablaros del último libro de Arturo Pérez-Reverte. 

Los que hicieron este cartel están muertos

   Dicho caballero, imagino, no necesita presentación alguna por mi parte, y no sólo por ser uno de los autores más leídos de nuestro país, sino también por su, cuanto menos, peculiar personalidad, que encuentra periódico desahogo en una columnita de El Semanal y en el bar de una tal Lola. Sí, porque resulta que también es periodista, o lo fue, volviendo, tras varios años cubriendo conflictos armados, a su querida España para ponerla de vuelta y media al mismo tiempo que proclamaba cuánto la amaba y se lamentaba de su suerte. Últimamente, claro, esa bilis que siempre se empeñó en derramar justificadamente sobre nuestra patria no resulta tan transgresora, sino que ha devenido en más de lo mismo, pero conservando su gracia. Porque nadie insulta a los señores ministros, senadores y gente de similar calaña como Pérez-Reverte, nadie se caga con tanto ingenio en la basura que el día a día deposita en nuestra puerta como Pérez-Reverte, y nadie tiene un ego tan grande como Pérez-Reverte. Un ego tan grande que cuando nuestro estimado literato procedente de Murcia (y no del País Vasco, como cuenta la leyenda) viaja en avión ocupa dos plazas. De ventanilla a ventanilla.
   Y a pesar de que se dedique a escribir best-sellers (en verdad es una tragedia que sus libros se vendan tanto, ¿no?) es un escritor como la copa de un pino, que con el paso de los años ha ido puliendo un estilo personal, caracterizado por la mala leche, los diálogos afilados y más mala leche aún. Ahí tenemos la saga de El capitán Alatriste que, aunque no logre que los niños dejen de ser cada vez más imbéciles, se lee en las escuelas, algo así como pedagógicamente. También tenemos esas dos pequeñas joyas (que también deberían ser lecturas obligadas para los infantes, y resumidas con la ayuda de El Rincón del Vago, o con lo que sea que haya ahora), llamadas La sombra del águila y Cabo Trafalgar. La reina del sur (inspiración de un culebrón venezolano en el que Pérez-Reverte también se cagó en su momento), La piel del tambor, El húsar (su primera novela, escrita cuando llevaba gafas y no imponía ningún respeto), El pintor de batallas... Todos sus libros, con excepción de El asedio (un ladrillo de proporciones históricas), merecen la pena, y están muy bien escritos.

Jijijijijiji

   Todos éstos ahondan en el tema por antonomasia de Pérez-Reverte: lo crueles y lo imbéciles que todos, intrínsecamente, somos. Ya sabéis, que el hombre es un lobo para el hombre, que es el animal que más se parece al ser humano, etecé. Puede recurrir a episodios históricos o a enrevesadas tramas policíacas, pero siempre acabaremos en un punto común, y aquella frase que dice que un autor siempre escribe la misma novela nunca será tan cierta como en el caso de Arturito. O a lo mejor no.
   Porque su último libro, El tango de la Guardia Vieja, me ha sorprendido bastante, en ese aspecto. Pérez-Reverte quizá será capaz de reírse de un pobre ministro que llora, pero eso no quita que tenga su corazoncito. Y es que, por primera vez en su (gran) trayectoria literaria, ha escrito una historia de amor completa, desesperadamente romántica, una tragedia encantadora de ésas que, mientras discurren y se complacen en ponerle todos los impedimentos posibles a los protagonistas para que no acaben juntos, te vas enamorando de ellos. Tanto de él, Max Costa, un ladrón de guante blanco que, según Pérez-Reverte, está buenísimo, como de ella, Mecha Inzunza, una aristócrata de moral descuidada y selectivas perversiones. Cómo no, esta última está casada (con un compositor de tangos, para más señas), y busca emociones fuertes, encontrándolas en un, aparente, bailarín profesional a bordo de un crucero que va hacia Buenos Aires. Como podéis observar, la estampa no podría ser más romántica, más folletinesca, y eso que aún no os he hablado (ni lo voy a hacer, leeros el maldito libro) de la trama de espionaje, de los callejones de Buenos Aires, de la Guerra Civil o de la Guerra Fría focalizada en campeonatos de ajedrez.

Cara del escritor cuando los académicos de la RAE le preguntaron: "¿Qué prefieres, T minúscula o T mayúscula?"

   Todo eso, y mucho más, es lo que el lector se puede encontrar en El tango de la Guardia Vieja, una novela que se aleja, desde su misma premisa, de lo típico que nos suele ofrecer el autor (apenas hay tiros, o grandiosos insultos), pero que no deja de ser revertiana como la que más, con todo lo bueno y lo malo que eso nos deja. Así, encontramos diálogos sublimes, ricos en frases épicas (Max Costa es un grande, y a veces cuesta creer que sea tan ingenioso), y personajes complejos, atractivos y sumidos en ese aura de dignos perdedores a la que el bueno del autor nos tiene acostumbrados. Y, también, nos encontramos con descripciones demasiado prolijas (el tío es como Tolkien, pero en vez de estudiar puertas pintadas de negro se dedica a contarnos EN TODO MOMENTO como están vestidos todos y cada uno de los personajes) y soluciones argumentales efectistas que acaban acusando demasiados cabos sueltos (el asunto del espía republicano podría haber dado más de sí). 
   En fin, pero Pérez-Reverte es como es, y yo le quiero como es, del modo más heterosexual posible. Sobre todo ahora que parece saber escribir sobre el amor con innegable acierto, y con una inédita sensibilidad (hay pasajes según acabamos que llegan a ser hasta poéticos). Además, sigue sumergiéndonos en épocas y ambientes como nadie (me río yo de Ken Follet y de sus libros sin fin), y su minucioso y usual trabajo de documentación vuelve a lograr que sepamos más cosas sobre temas que ni siquiera sabíamos que nos interesaban (como el tango o el ajedrez, del que ya hizo su tesis doctoral en La tabla de Flandes). Sólo queda proclamar este libro como uno de los más conseguidos del autor, y reiterar mi orden de que lo leáis en cuanto tengáis ocasión, antes de que se vuelva a acabar el mundo y tal. O eso, o Pérez-Reverte os insultará por Twitter. Vosotros veréis.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos

Estamos en crisis. No le descubro nada a nadie, no enmascaro la realidad, no transgredo con ninguna visión rompedora de folletín que embellezca la situación y la tuerza en dirección a nuestros gobernantes y políticos, que son los culpables de todo, y tal y cual, no nos representan, lo llaman democracia y no lo es. Sólo presento un contexto, el de la realidad social de cada día, una que ha tornado cotidiana y familiar. Los números rojos, el desempleo, los desahucios, las cuestas de finales de mes, las malas inversiones, los pequeños dramas. Situaciones que ahora no nos son desconocidas, y que siempre hubimos de temer, pero que hace unos quince años semejaban lejanas, pesadillescas, literarias.
   Ya entonces, la familia García Moreno iba dando tumbos entre de crisis y crisis. Residía en un piso sin ascensor de Carabanchel (Alto), constituyente en un matrimonio de dos hijos más el abuelo, que se había venido de un pueblo de Cuenca a vivir con ellos para que se le sacara jugo a su malbaratada pensión. El padre era camionero, y sólo podía ver a su familia tres días a la semana. La madre era una sufrida ama de casa de inigualable genio. Uno de los hijos se llamaba Manolo, como su padre.
   Yo me crié con Manolo (al que todos en el barrio lo llamaban por el diminutivo, y por el apellido de Gafotas) y con su hermano pequeño Nicolás, apodado sin mala intención, únicamente por pragmatismo y el nene estaba de acuerdo, el Imbécil. Fui al instituto Diego de Velázquez donde la sita Asunción nos tachaba de delincuentes día sí y día también, dejando entrever un espíritu maternal que supe advertir con el paso de los años mientras compartía pupitre con el Orejones López, Yihad, Susana Bragas Sucias, Mostaza, Paquito Medina, Óscar Mayer o Melody Martínez, entre otros. Luego íbamos al Parque del Ahorcado a jugar a las cosas más brutas y estúpidas que pueda imaginarse, acosados de vez en cuando por los macarras del instituto Baronesa Thyssen. Y, sazonados con los gritos de nuestras madres desde el balcón para que volviéramos a casa a cenar, así pasaban los días, los meses y los años, sin que llegaran cartas de Hogwarts, sin que fuéramos acosados por vampiros diurnos de andrógina sexualidad; tampoco venían insinuantes jamonas parecidas a Jennifer Lawrence disparando flechas. Pero todos y cada uno de aquellos días, meses y años, fueron inolvidables.


   Mi infancia no se podría entender sin Manolito Gafotas, y como la mía la de muchos como yo. Devoraba los libros una y otra vez, me reía aun cuando hubiera ciertas referencias al mundo de los adultos que no alcanzaba entonces a comprender, ansiaba la llegada del siguiente ejemplar. Después de Manolito tiene un secreto (a la postre, el más flojo de todos), esta espera se prolongó lo indecible. Acabé casi olvidándome, crecí, llegué a la adolescencia y me maté a pajas, llegué a la madurez en la que supongo que llegué a encontrarme y también me maté a pajas, y Elvira Lindo no escribió más libros sobre el primogénito de los García Moreno. La historia quedó en suspenso, configurándose al cabo como un bello pero inconcluso recuerdo. 
   Hasta ahora. En el peor momento que atravesamos, con la crisis, la inocencia abatida y el desengaño fresco, llega un nuevo título de la saga, Mejor Manolo, y observemos ya desde el título toda una declaración de intenciones que, por suerte y habiéndolo leído en poco menos de un día, no llega a serlo tanto. Manolito ya no quiere que le llamen así, que ha crecido, jolines, dos años hace desde la última desventura, ahora es el mayor de tres hermanos. Persigue una madurez ansiada pero, por serlo de tal modo, una que nunca llega a alcanzar, y acaba siendo el mismo de siempre. Ingenuo, perspicaz, indefectiblemente charlatán. Y su visión de las cosas conserva el mismo encanto, el humor sarcástico por forma pero no por fondo, el aroma de las mejores historias, el arte de la Elvira Lindo más inspirada y retraída a su propia niñez.
   Porque, en efecto, Mejor Manolo no sólo es un gran libro, sino que puede presumir de quedar a la altura de títulos como Pobre Manolito, Los trapos sucios o Manolito on the road. Todos los personajes están ahí, perfectamente reconocibles, tan reales como la vida misma. El Imbécil ya no usa chupete (al menos según las ilustraciones de Emilio Urberuaga), pero sigue siendo el puto amo, aunque ahora tenga que competir con su hermanita Chirli (de Chirli Temple) por la atención de los adultos. El abuelo Nicolás sigue molando un pegote. La Boni y Bernabé se mantienen también y siguen siendo adorables, cada uno a su modo. A Yihad siempre nos entrarán ganas de aviarle a collejas de efecto retardado. Y prefiramos no hablar de aquellos aprietos económicos entre los que siempre se hallaron metidos los García Moreno y que siguen estando, hoy más que nunca, a la orden del día.


   Pues resulta que, previo al estallido de la burbuja inmobiliaria, a los García Moreno les dio por comprar un secarral en la carretera de Toledo, en el que construirían un día de éstos, cuando las cosas les fueran algo mejor, el chalé adosado de sus sueños. También ocurrió que sufrieron lo suyo con Bankia. La madre, Catalina (uno de los mejores personajes de la literatura española), tuvo que buscarse un trabajo que combinar con sus infatigables actividades domésticas, porque las cosas andaban cada vez peor.
   En definitiva, Mejor Manolo cuenta con una virtud que no tenían los libros predecesores, y ésta es su férreo compromiso con la realidad social del momento. Nunca se agolparon en la prosa de Elvira Lindo tantas referencias al fatídico mundo con el que nos encontramos cada vez que levantamos la mirada del libro, ni se conformó en él una tragicomedia de tal calibre. Manolito Gafotas es, más que nunca, realidad. Y es, más que nunca, necesario.
   En sus (terroríficamente escasas) 190 páginas reiremos, lloraremos y, sobre todo, sonreiremos. Será una sonrisa tonta, tierna, melancólica, con su deje amargo, aquélla que sólo pueden producir las inocentes tribulaciones de un niño asomado a aquel mundo de los adultos al que pronto habrá de unirse pero, por suerte, aún no. Y si algún día lo hace, espero al menos llegar a saber cómo le fue.

lunes, 22 de octubre de 2012

Millones de Euros para tomarme por IDIOTA

¿Puede una buena película estropearse por un mal detalle? Bueno, todo depende, si es el doblaje de El Resplandor la respuesta es SIN DUDA, si es una aparición de Nicolas Cage depende (¿Le matan de una manera cruel? –Sí- entonces puede ser buena a pesar de todo, ¿Tiene un papel dramático? –Sí- entonces no hay quien salve esa basura). Todo esto viene a colación de la última película de Bruce Willis, mejor dicho, la última película de Joseph Gordon-Levitt, porque yo por una de Bruce Willis no pago 10 euros.

Cartel Promocional, fte: www.labutaca.net
Vamos a ver, por puntos, lo primero no se puede jugar así con la ilusión de la gente. Lo digo totalmente en serio, las personas no somos tan idiotas como parecemos, recordemos que George Bush y Belén Esteban, así como Justin Bieber, en este blog no son considerados…bueno, lo voy a dejar ahí. La cosa es… llegas al cine mentalizado de que dos actores que se parecen como un zapato a un rosario van a ser la misma persona y, de verdad, pones toda tu buena fe en pensar que eso va a funcionar. Y al principio lo hace, ya partes de esa premisa, pero, y lo digo en alta voz, ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ han decidido que era una buena idea hacer una transición Gordon-Willis? Es lo más gitano que he visto en el cine “serio” en mucho tiempo, ¡¡¡es peor que los calcetines PIUMA!!! Joder, que eso hay gente que se lo traga, pero esto…ni Falete. Estoy muy cabreada, no puedes dirigir una película multimillonaria y hacer que en tres años un personaje pase de tener una cara a otra, así, sin explicación (al menos que le hubieran tirado ácido o algo). Ahora, tal vez, no sintáis la ira pero cuando la veáis espero que sí, eso significará que no estoy tan loca.

Joseph Gordon-Levitt, que en realidad
es Bruce Willis con 30 años.
En fin, pasando a otro tema. La trama es dinámica, el argumento es original, los actores son bastante buenos pero… (y es que parece que esta es la película de los peros) todo está sobrecargado. Hablamos del futuro, todo parece comedido y eso es algo que me fascino bastante. Estamos hartos, (sí, hablo por vosotros), de futuros que deslumbran y están únicamente para que quede muy guay. Pero, querido Rian Johnson, si decides no hacer el chorra poniendo tonterías, no coloques una moto aerodeslizadora, es patético. Esto no es Regreso al Futuro y nunca lo será, así que ¿por qué no te ciñes a un futuro tecnológico sin cacharros que no se van a inventar y te ahorras que en cincuenta años se rían de nosotros por una versión del futuro que es ridícula? Gracias.

El film es presentado como una película del futuro que no trata del futuro y, sinceramente, creo que en eso estoy de acuerdo (Aleluya). La cuestión central es un tema serio y tiene toques de moralidad que pueden llegar a plantear cuestiones en el espectador, si no fuese porque, a lo largo de los minutos, la película se pone más y más rara. No paran de introducir elementos nuevos y cuesta bastante concentrarse en qué es lo importante: Abarcar demasiado suele ser una mala idea en el ámbito cinematográfico, pero parece que nadie se da cuenta de ello. Al final, la película acaba haciendo aguas porque, como todos sabemos, jugar con el tiempo es algo peligroso y más si se pretende tocar todos los palos muy por encima. Oye, que ahora toca drama, pues Emily Blunt, que toca acción venga pium pium, ahora miedo para que la gente no se aburra y luego intriga, que no digan que somos frívolos...

El verdadero Bruce Willis con 30 años.
No quiero que la película parezca mala, no lo es, simplemente tiene fallos que pueden hacerte salir del cine pensando demasiado en detalles que deberían haber pasado desapercibidos. En contraposición a todos los  errores, la mejor baza con la que puede contar esta cinta son los actores. Cada uno está bastante cómodo con su papel y, por si alguien se lo pregunta, sí, a Bruce Willis le dejarán disparar y tener sus minutejos de acción, Emily Blunt será extraña pero convincente y Joseph Gordon-Levitt (con un nombre compuesto es más fácil triunfar) es…es…simplemente es magnífico, no puede evitarlo. Además, los secundarios están encabezados por dos hombres que me han encandilado, Jeff Daniels, ya que con The Newsroom ha demostrado que se puede conseguir una serie de calidad sin que sea aburrida, y Paul Dano, el adolescente “mudo” de Pequeña Miss Sunshine, cuyo personaje (bueno, no exactamente) tiene, en mi opinión, la escena más espectacular de la película.

Esto se termina. Toda buena crítica debe acabar diciéndole al lector si debe o no ir a ver la película, bien, esta no es una buena crítica. La película es rara, el cine es caro, los actores son buenos y no sale Nicolas Cage. Querido lector, yo, al contrario que el director de esta película, cuento con que eres inteligente, así que decide por ti mismo.

miércoles, 6 de junio de 2012

Sobre juegos de reyes, choques de espadas y tormentas de tronos

Aciago día para la humanidad, o para un importante sector friki-culto de ésta, supuso el pasado 4 de junio. Por doble motivo. En primer lugar, fallecía el barítono ruso Eduard Khil, más conocido en ambientes internáuticos como Mr. Trololo, a la tierna edad de 77 años, truncando una carrera, cuanto menos, prometedora. Y, en segundo, la segunda temporada de Juego de Tronos llegaba a su término. Al menos, la serie volverá, presumiblemente, en abril del año próximo, pero el inexorable transcurso del tiempo no nos devolverá a Mr. Trololo. En fin, enjuguemos las lágrimas, traguemos saliva, e intentemos dar, quizá infructuosamente, con una crítica apropiada y objetiva para esta etapa de la serie.
   Porque, hablando de un fenómeno como Juego de Tronos, resulta difícil, por principio y sinceridad a tu juicio entusiasmado y nerd, hacer gala de esta objetividad, y aún menos disfrutar con los dañinos y periodísticos (cómo nos gustaría) sarcasmos de turno. Es algo tan grande, tan épico, y pido perdón de antemano si este último calificativo lo uso demasiado copiosamente en adelante; un regalo audiovisual tan bien envuelto, que ni el más arraigado sentimiento crítico ni el más falso ansia de distinción de la mayoría borreguil puede impedir que disfrutemos como enanos. Y, ya que estoy, un abrazo para Tyrion Lannister. Cómo quiero a ese tío, joder. 

Si es que también es guapo. ¡¡Lo tiene todo!!

   Afirmemos sin temor a equivocarnos que la segunda temporada de Juego de Tronos, que adaptaba con mayor o menor fortuna (en cuanto a las licencias y las infidelidades) el segundo libro de la saga Canción de hielo y fuego, titulado Choque de Reyes (que no sonaba tan bien como Juego de Tronos, supongo), ha sabido mantener el nivel de calidad de la primera temporada. ¿Diríamos que lo ha superado? Dependería de a quién le preguntaras.
   Un purista de la obra de George R. Martin, ese tipo sádico y perezoso (qué lento escribes, cabrón), encumbrado como el mejor autor de fantasía heroica desde Tolkien un poco porque pasaba por allí, pondría el grito en el cielo a la luz de varios de los sucesos que han marcado esta temporada y que la apartaron de la esmerada corrección y traducción milimétrica que ostentaron los primeros capítulos. Porque, vamos a ver, queridos y bienamados guionistas, no disimuléis, esta vez habéis hecho lo que os ha salido del nabo. Lo habéis retocado todo con vuestras abyectas manos profanas, os habéis inventado anécdotas y trasfondos con una falta de pudor sonrojante (¿¿¿Jaime Lannister disléxico???), habéis omitido tramas y personajes indudablemente importantes para el devenir de la historia (oh, no, ¿dónde están los hermanos-sapo, ésos tan carismáticos y bonicos?), y en resumen, y siendo lo peor de todo, lo más horrible, lo imperdonable, HABÉIS MEJORADO EL LIBRO. Sí, qué diantres, es un hecho. Porque de este modo Jaime Lannister resulta aún más adorable, el glorioso bastardo. Porque os disteis cuenta de que los hermanos-sapo son un petardo. Y porque lo que habéis conseguido con el personaje de Theon Greyjoy es digno de Don Guillermo Shakespeare. 
   Estoy harto de ese mito de que los libros son siempre, no hay excepciones que valgan, mejores que las películas o series que se inspiran en ellos. ¿Sabíais que El Padrino está basada en un best-seller de Mario Puzo? Nada más que decir. Bueno, sí, que si no fuera por la serie y por la curiosidad referente a eventos próximos, se iba a leer los libros siguientes la pobre prostituta de turno bajo amenaza de Joffrey Baratheon (que por cierto, amigos guionistas, cómo os lo debéis de haber pasado componiendo uno de los personajes más odiosos de los que tengo memoria). 
   Ahora bien, estas licencias creativas no justificarían por sí solas el que pudiéramos considerar la susodicha temporada como mejor que la anterior. Sí, en cambio, un gradual aumento de la espectacularidad y el sentido épico. En la primera temporada cantaba un poco la falta de cuartos, porque los wargos eran unos cachorrillos y las batallas siempre se nos ocultaban con oportunas elipsis muy a lo Kubrick. En la segunda, sin embargo, tienen ordenadores, se han librado del costoso caché de Sean Bean, y nos obsequian con el penúltimo episodio, Aguasnegras, el cual no desentonaría nada en una pantalla de cine, ni quedaría en mal lugar con respecto a la Batalla del Abismo de Helm. Aunque, eso sí, como es usual en ésta nuestra serie, haya mucha más sangre y gamberrismo. 

Otro fuera de serie (jijijiji)

   La batalla de Aguasnegras suple el sentido de la espectacularidad y, en parte, el de la épica, pero lo verdaderamente emocionante sucede en el último episodio, y concentrado en una sola e íntima escena: la que reúne a Tyrion con su amante. Si no se te caen lagrimones con la interpretación de Peter Dinklage (otro Globo de Oro para él, en nombre de Odín), es que no tienes corazón. Cinco minutos que resumen con gran acierto lo que ha supuesto Juego de Tronos para todos nosotros. Y es que llegamos atraídos por las batallas, pero nos quedamos por los personajes.
   Así que adelante, seguid matando, follando, y deleitándonos con vuestras penurias, mis queridos Tyrion Lannister, Arya Stark, Jaime Lannister, Bronn, Meñique, Daenerys Targaryen (aunque sólo sea porque estés buenísima y tus dragones molen), Tywin Lannister, Lord Varys, Osha, Theon Greyjoy, Cersei Lannister, Hodor... todos vosotros, menos Jon Nieve. A ver si le matan de una vez a este último, que vaya tío más soso. Y en esto pondría a caldo al actor, pero el personaje es anodino de por sí, y no mejoraría ni aunque lo interpretara Mr. Trololo.
   Y ahora, camaradas, os dejo. Que me he vuelto a poner triste. 

lunes, 28 de mayo de 2012

La sombra de un genio


¿Qué tal la nueva de Burton? Esta pregunta hecha a dos personas aleatorias suele acabar con opiniones enfrentadas. Si algo es este director es polémico, o idolatras cada filme que el californiano rueda o le detestas porque su cine es poco comprensible y se centra demasiado en los aspavientos y fantasías.

Cartel de la película Dark Shadows.
Fuente: www.imdb.com
Pero es que incluso entre los fans de su trabajo encontramos que cada uno se inclina por películas que otros tachan de auténticos bodrios. Sin duda, la película que le dio la fama, Pesadilla antes de Navidad, está plagada de momentos que ya se consideran hitos cinematográficos y el personaje de Jack Skellington se ha convertido en la marca de muchos de los incondicionales de Burton (que sí, que no la “dirigió” como tal, pero seamos realistas esa película rezuma Tim Burton desde la primera escena y quién diga que no que vea La Novia Cadáver y deje de tocar las pelotas con los detallitos).

Lo que más gusta de este director es que, aunque te puedes encontrar con una cinta maravillosa como Big Fish o, sin embargo, acabar pagando por ver una chusta de la talla de Mars Attacks, la firma de Tim Burton es incuestionable. Los actores son característicos, la forma tenebrosa de contar cada argumento, la locura de los personajes que no sabes muy bien por dónde van a salir, los decorados fantásticos, el maquillaje espectacular…

Johnny Depp y Tim Burton.
Fuente: www.cinemanía.es
Bueno, a lo que iba, Dark Shadows. Mediocre. Lo siento, Burton, pero esperaba que sacaras mayor partido a tu actor fetiche. Vamos, Johnny Depp es bueno hasta cuando lo hace “mal”, eso ni que decir tiene, pues al trabajar este tipo de papeles los hace suyos y convierte cada manía, tic y movimiento del personaje en un auténtico show. Pero partimos de la base de que es bueno, muy bueno, esperamos actuaciones de la talla de Jack Sparrow o Eduardo Manostijeras y en esta no llega ni a Willy Wonka, aunque es claramente superior a la tristísima interpretación (tal vez dada por la película y la compañía) en The Tourist. Y si ya Johnny Depp no se sale, ni que decir tiene que tampoco lo hace la coprotagonista, Bella Heathcote, cuyo papel es más soso que Todd Flanders intentando ligar con Daniel Radcliffe. Aunque enjuiciándola por un patrón diferente que a Depp, la que se adapta perfectamente a su papel es Eva Green, la malvada bruja enamorada del vampiro, buscando venganza, atención y poniendo el punto sexy en la película. En cuanto a los demás reclamos para el espectador: Michelle Pfeiffer está demasiado contenida, aunque tampoco se le puede exigir otra cosa porque el papel no da para mucho más, Helena Bonham Carter no es destacable y solo la ancianita y, tal vez, el sirviente hacen que el espectador suelte una pequeña carcajada.

Sombras Tenebrosas no es que sea mala, es que le falta exprimirla un poco más en casi todos los ámbitos, es demasiado… ¿correcta? Una comedia sin más, poco digna de mención y que queda muy por debajo de otras del cineasta como Beetlejuice, sobre todo porque los principales gags del filme quedan destripados en el tráiler. Aunque tal vez la vuelva a ver y cambie de opinión, yo qué sé, con este tipo nunca se sabe… Es en parte lo que hace que sea un genio y si en esta película no convence solo tenemos que esperar a su próximo estreno: Frankenweenie, el cual se prevé que llegue a nuestro país el 19 de octubre de este año.  

jueves, 24 de mayo de 2012

De Lesbianos, Noches Largas y Otras Bukowskiadas


Venía yo diciendo por uno de esos caminos que salen de Roma sólo para volver a entrar: ¿Y a quién le dedico con mi buena fe y mis actos puros una primera entrada en este blog, que, admitámoslo, tiene un deje maricón que rebosa algodón de azúcar? Y claro, me dije en tono facultativo (gran palabra y mejor persona), pues ya que tiene ese toque homosexual por qué no hablas de ese grupo del panorama indie español (però que som catalans collons!) y que el día 22 del mes que ahora nos arropa sacó nuevo disco, o discazo según la fuente off the record: Love of Lesbian.

Dejando de lado vicisitudes varias, lo cierto y verdad es que LoL se ha convertido con el paso de los años en un grupo de referencia para todo ‘independiente de espíritu’ que se precie. Sin negar que bajo mi (no tan) humilde opinión, este disco no llega al magistral ‘1999’, su anterior publicación, ‘La noche eterna. Los días no vividos’, que así es como se llama el susodicho, es un paso más en la carrera de estos ya cuarentones que mezclan tanto reflexiones poéticas con meras rimas-pasatiempo en sus letras, pero que, (uy, sí, me gustan, lo siento. Quien quiera hablar de Bisbal que se busque otro blog) siempre llegan al corazón, o, al menos, al hígado o garganta.

Love of Lesbian ha cuidado mucho más en esta ocasión el tema musical obcecado en la electrónica, sin dejar de lado el teclado y las guitarras, obviously. Como presupongo que no habéis oído ninguna de las canciones, malditos hijos de Satanás, hago un breve repaso de las que considero imprescindibles y ya pues decidimos dónde y cuán folla… que diga escuchamos el resto (broma estúpida pero, en ocasiones, efectiva). El disco se divide en dos, como los portugueses: por un lado tenemos las canciones dedicadas a esas noches sin fin que empiezan aún de día y que no acaban por más que las enjuagues con alcohol, y por otro ese hoyayer salvaje, ese ‘está amaneciendo, dormir es de cobardes’. Parece el disco sacado del infierno en el que ahora mismo escribe Bukowski o Hemingway.

De la primera parte hay que mencionar por fuerza ‘La noche eterna’ una canción que va in crescendo (me siento Haydn diciendo esto) y que me recuerda vagamente a ‘Los días raros de Vetusta Morla. Soberbias ambas para empezar un disco. Saltándome varias obras de grandes letras pero música no del todo conseguida (‘Los seres únicos’, ‘Nada’ y ‘Oniria e Insomnia’, esta última la mejor de las 3) y canciones hechas para conciertos y discotecas (‘667’ y ‘Si tú me dices Ben, yo te digo Affleck’), tengo que hacer hincapié en dos joyas de la corona: ‘Belice’ sobre el ¿drama? del enamorado que debería huir, y ‘Cínicamente muertos’, una especie de melodía crepuscular.

Y en la segunda parte vamos a ser claros. Hay que escucharlas todas: las letras de ‘Nadie por las calles’, ‘El hambre invisible’, ‘Los días no vividos’, ‘Wio’ y ‘Si salimos de esta’ son espectaculares (aquí se nota que Santi Balmes, vocalista, letrista, alma máter, genio y figura, voz populi y todo lo que se os ocurra y que suene bien del grupo, estaba en estado de gracia), pero es que encima entre la banda han compuesto unas músicas que no dejan a nadie ‘indi’ferentes. Sólo queda decir que ‘Radio Himalaya’ seguramente es la más floja y que ‘Toros en la Wii (Fantástico)’ es una canción que te sube el ánimo como Scarlett Johanson sube ‘el ánimo’.

Lo dicho rufianes de mal océano, bebed algo de whisky, sentaos en vuestra silla de escritorzuelos, poneos este disco recién adquirido a todo volumen y dejad que la noche se ciña sobre vosotros sin que Morfeo pueda hacer nada.