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domingo, 17 de junio de 2012

Los asalariados de Rafael


Una de las muchas teorías sobre la muerte de Rafael (1498-1520) afirma que tenía una vida sexual muy activa y esto pudo agravar una enfermedad pulmonar, eso nos enseña a no subestimar la importancia que tiene dormir ocho horas y mantener las defensas altas. Una vez captada vuestra atención con estos datos de vital importancia no quiero que creáis que el pintor era una especie de artista-gigoló y luego os llevéis una sorpresa cuando solo veáis una sucesión de vírgenes, querubines y santos, ¡estáis avisados así que nada de reclamaciones!
El Museo del Prado en colaboración con el Louvre ofrece hasta el 16 de septiembre una exposición llamada “El último Rafael” que se centra en los últimos siete años de vida del pintor y el trabajo de sus discípulos Gianfrancesco Penni (1499-1546) y Giulio Romano (1499-1546).

Retrato de Baldassare Castiglione, Rafael.
Fuente: museodelprado.es
Retrocedamos al siglo XVI donde en el Renacimiento italiano convivían genios de la talla de Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Ticiano o Durero, las ciudades estaban orgullosas y trataban de asegurarse los servicios de estos maestros. Rafael era uno de ellos y tenía un taller muy popular, no daba abasto con tanto trabajo pero un día descubrió las ventajas de la producción en serie y así es como nosotros sufrimos hoy las consecuencias de su apretada agenda. Por eso tenemos que leer los carteles informativos que acompañan a las obras para saber el lóbulo de qué oreja pintó Rafael, en otras ocasiones la autoría te la señalan como “Rafael y taller” que traducido al lenguaje de la calle es “por probar no se pierde nada y si acierto pues eso que me llevo”. La sensación con la que te vas es que salvo en los casos en que solo aparece su nombre no pueden asegurarte qué pintó, ¿la cabeza, la mano, tal vez los personajes centrales? Una de las salas termina con tres retratos seguidos pintados por él para que te quedes con buen sabor de boca porque tampoco te creas que vas a ver muchos más. Es curioso que el nombre de RAFAEL sea lo más destacado en la publicidad de la exposición, debe de ser una ironía.
Gianfrancesco, uno de sus ayudantes, tenía un talento especial para dibujar niños similares a extraterrestres y para que cualquier pose pareciera antinatural, gracias a esto la sala dedicada a su pintura es la más aburrida con diferencia. A continuación vemos la sala de Giulio Romano y la vida mejora un poco pero no demasiado porque en general creo que lo mío no son las vírgenes y los santos.





San Miguel. Rafael y taller (?)
Fuente: wikipedia.org
Espero que nadie piense que menosprecio a Rafael y si es así prometo hacer una entrada alabando sus virtudes pero es que “El último Rafael” es un nuevo sinónimo de tedio. Son interesantes los detallados retratos ya mencionados, los bocetos previos a las obras y su búsqueda de la composición idónea, la influencia de Miguel Ángel y Da Vinci, el uso de los rayos infrarrojos para analizar “La Transfiguración”… pero no es suficiente y ahí es donde se dirige esta crítica, al por qué de esta exposición. Por otro lado tengo ganas de meterme con la organización del museo que normalmente es ejemplar y establece horarios para entrar en aquellas muestras que saben que tendrán mucho público, en este caso han decidido no hacerlo así que había un montón de gente ruidosa que se aglomeraban como moscas delante de los cuadros, personas tan aburridas como yo que no se atrevían a admitirlo porque estaban viendo a Rafael y lo único que hacían era estorbarse los unos a los otros.
Lo bueno es que la entrada es general (12 euros y gratis para menores de edad o estudiantes), eso quiere decir que además de la exposición temporal puedes pulular por el museo y ver lo que te apetezca de las salas permanentes para poder recuperar la fe en el género humano. En mi caso la solución fue El Bosco y la sala de la pintura flamenca, el antídoto perfecto contra la trillada temática religiosa.
Dicho esto os animo a olvidaros de todo lo que acabo de decir, a que os acerquéis a la exposición y la disfrutéis para luego poder llevarme la contraria alegremente.