viernes, 25 de mayo de 2012

Los gilís también lloran

Inauguramos la sección, muy equívoca y frívolamente apodada como "Literatura", con un libro del que, es bastante probable, no se acuerde ni el editor. Aún así, estoy seguro de que en algún momento de vuestra prolífica andadura estudiantil se ha erguido ante vosotros, fastidioso y poco interesante, el nombre de Gonzalo Torrente Ballester, uno de los mejores escritores que llegó a parir España durante el pasado siglo, autor de, entre otras cosas, La saga-fuga de J.B., y espero que de este título os lleguen otras referencias  aparte de las tocantes a las bebidas espirituosas. Si no, no pasa nada, seguro que con la próxima reforma de la enseñanza se logran drenar estas lagunas culturales. 


  El título de la novela es Off-side, y hace referencia, aun cuando esta apreciación pueda ser meramente subjetiva, a la marginación, a la situación de aquellas personas que no encuentran su lugar en el mundo, y que vagan por él incansablemente, unos deseando encontrar tal lugar, otros guiados por penosa inercia. En efecto, los protagonistas de esta novela son todos unos inadaptados, sin caer, eso sí, en los prototipos que uno podría imaginarse. Entre otros, tenemos a Ricardo Vargas, economista de inteligencia portentosa pero cuyo oscuro pasado (relacionado con la Guerra Civil, y como estamos hablando de novela en la época franquista, y no de cine español, cliché excusable) le martiriza constantemente e impide que experimente unas relaciones sociales mínimamente satisfactorias; a Leonardo Landrove, un crítico de arte de ascendencia también bélica pero algo más romántica, frustrado tanto en el amor como en la escritura; a Leopoldo Allones, autoproclamado genio renacentista y anarquista que se ha de valer de la prostitución de su hija para sacar adelante la mejor novela del siglo XX; a la condesa Agathy Walsdowsky, noble venida a menos de tendencias suicidas y sentido de culpa galopante; a María Dolores Indurain, puta de lujo y fachada intelectual que lucha por un amor idealizado y, por tanto, no correspondido; y a, en el que para mí constituye el retrato más complejo y conseguido del retablo, Fernando Anglada, banquero, coleccionista de arte, novelista farsante, pedófilo en ratos ociosos, y poseedor de un peculiar código de honor pese a todo.
   Todos y cada uno (y me dejo a muchos en el tintero) son, como se puede apreciar, individuos destacados en numerosos campos intelectuales, de pingües conocimientos artísticos, de una vasta cultura que poco les ha de servir para llegar a ser auténticamente felices. Este tema, etiquetémoslo sin empacho como la soledad del intelectual, huelga decir que ya ha sido tratado en numerosas ocasiones por los guiones de Woody Allen, entre otros, pero es aquí, en la inmensidad y detallismo que sólo ha de permitir una novela (o novelón, si las 650 páginas de las que hace gala nos llegan a imponer esa nomenclatura), cuando, creo, más y mejor se logra transmitir. Sobre todo, en el modo en que Torrente Ballester guía a los desazonados lectores por unos compases finales marcados por la tragedia y la frustración, donde pocos personajes (y siempre los más inesperados) conseguirán cumplir finalmente sus objetivos, mucho más sencillos de lo que pensaron en un comienzo.
   La novela, centrada casi por completo en sus matizados y sobresalientes caracteres, se ahorra en el empeño casi cualquier tipo de esfuerzo descriptivo, limitándose por regla general a la transcripción de unos diálogos tan sublimes que le provocarían poluciones nocturnas al mismísimo Quentin Tarantino. Sin poder obviar, eso sí, la configuración de Madrid, y de sus bares, cafeterías y terrazas, tan bohemias como las que más, como un personaje extra (vale, sí, trilladísimo, pero verdaderamente Torrente Ballester consigue que lo sintamos así). 
   Por tanto, y si vamos a utilizar esta sección para tales menesteres, no puedo más que recomendar fervientemente su lectura a cualquier persona. Igual la adquisición resulta difícil, si bien porque en Internet creo que no está disponible o porque en las librerías actuales su sitio siempre ha de venir tapiado por lo último de Ruiz-Zafón, pero creo que, de conseguirlo, nadie se va a arrepentir. Una gran novela, aseguro con convicción, y para refrendarlo de una vez por todas me limitaré a la reproducción de este diálogo entre Agathy Waldowsky y Fernando Anglada. No es que sea la alegría de la huerta, aviso:

  -Entonces, por primera vez sentí, más que deseos, necesidad de suicidarme. Y a veces pienso que es algo que llevo aplazando desde aquella tarde, y que un día ha de llegar sin que nadie, ni siquiera un tipo entrometido como Landrove, pueda estorbarlo.

  -¿Es tu única salida?

  -Me temo que sí.

  -Eso no puede decirse nunca con esa frialdad. Al que está vivo le queda siempre la oportunidad... La oportunidad de seguir viviendo. 

  -¿Para qué?

  -Bueno... vivir siempre es vivir.

  -Vivir es tener delante un camino, y yo los he perdido todos. Es estar de acuerdo con uno mismo, y yo me odio. Es amar, o al menos esperar a amar, y yo no amo.

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