miércoles, 13 de junio de 2012

Pedofilia, cocodrilos y escoceses sin falda

Tú no eres como los demás. Ellos sólo quieren saber cómo atraje, dominé, follé, maté y oculté. Pero tú estás absolutamente desesperado por conocer el porqué. Quieres que te cuente que me porculizó mi padre o el párroco o lo que sea. En tu mente de pigmeo siempre tiene que haber una causa y un efecto. Pero lo único que haces es proteger a otros peleles como tú, Lennox. No puedes admitir que el hombre sea un cazador, un depredador. La sociedad civil se fundó para proteger a los débiles y cobardes, da igual que sean pobres o ricos; de los fuertes y los virtuosos, de aquéllos que tienen el valor de convertir en realidad el destino de la especie y las agallas de coger lo que desean (...). Todos los cuerpos de policía de Reino Unido estuvieron buscándome durante cinco años sin tener ni puta idea de dónde estaba. Durante todo ese tiempo yo estuve presentando quejas en la comisaría local por vandalismo o por el ruido que hacen los pubs mientras vosotros hacíais lo imposible por ayudarme...

Tan perturbador fragmento pertenece a la novela Crimen, de Irvine Welsh, un autor escocés de bastante mal carácter cuyo primer trabajo, publicado en 1993 y titulado Trainspotting, le catapultó a una fama muy merecida y bien aprovechada, con varias y prolíficas novelas y algún que otro libro de relatos que, sólo por el título (Si te gustó la escuela te encantará el trabajo), tiene que estar muy bueno. Ah, y lo de mal carácter es probable que no sea más que una licencia literaria mía, influida por la combinación de la visceral agresividad y sesudo nihilismo que transmite su obra, y de la silueta de Willie, el simpático jardinero escocés de Los Simpson.

"J.D. Salinger es un jodido boyscout comparado conmigo"

   Sea como fuere, Crimen es un libro, apresúremonos a aseverar, muy chungo. Tanto por la temática por el modo en el que está escrito. La sinopsis (y no sipnosis, como creí que se pronunciaba durante diez embarazosos años) daría cita a policías corruptos, a drogadictos y a un montón de pederastas, con varios personajes que, de hecho, coinciden en todas estas facetas; y dibujaría un ambiente malsano y amenazador, el de la turbulenta Miami de El precio del poder y de Corrupción en, exacto, Miami. En resumidas cuentas, tenemos a un policía escocés llamado Ray Lennox que acaba de resolver un complicado caso de asesinato y pederastia en su tierra natal, un caso que, por ciertas reminiscencias a un horrible suceso de su pasado (y qué bien queda siempre soltar una frase de esta guisa, ¿eh?), le ha dejado bastante hecho polvo. El señor Lennox es ciertamente un encanto de persona, drogadicto, paranoico, de mal carácter, violento y, en definitiva, con más traumas que Sofia Coppola tras abandonar el instituto. También tiene, por endosarle más clavos a la cruz, como novia a Trudi Hayes, una chiquilla guapa y simpática que le irrita cada vez más. Con el beneplácito de los lectores a este respecto, porque la pobre llega a ser verdaderamente insoportable en muchas ocasiones, con sus Oh, no, Ray, vuelve a casa; ¿Qué estás haciendo, Ray?; Ray, ¿por qué ya no me miras cuando lo...?
   Pues bien, Lennox, sin darse mucha cuenta, se ha prometido con tal enervante ser, y está de vacaciones forzadas, mientras preparan la boda, en Miami, una ciudad agobiante y absurda cuya mayor atracción, aparte de la facilidad con la que se pilla farlopa, reside en un peculiar monumento a las víctimas del Holocausto ("¿y qué cojones tendrá que ver Miami con el Holocausto?", se pregunta acertadamente nuestro protagonista). Tras su enésima discusión con Trudi, Lennox se pone hasta el culo y se despierta al día siguiente en un piso que no conoce y viéndose en la descacharrante vicisitud de hacerse cargo de una niña de diez años llamada Tianna, a la que por una serie de circunstancias tendrá que llevar al otro lado del estado de Florida (Miami) en el menor tiempo posible. ¿Excusa para forjar una entrañable historia de amistad e inéditos vínculos paterno-filiales entre un huraño policía de buen corazón y una encantadora e inocente niña? Si estuviéramos en Hollywood, automáticamente, sí, pero Irvine Welsh es un tiparraco retorcido y en lugar de eso prefiere tejer un suspense inmejorable disponiendo que Lennox y Tianna (que por cierto de inocente tiene más bien poco) se vean perseguidos por una red de pedófilos que han secuestrado a la madre de la niña y planean hacer lo propio con ésta, con intenciones más lúbricas, claro. Por el camino, Lennox deberá enfrentarse a los fantasmas de su pasado e intentar reconstruir su vida marcada. Lo típico, sí, pero mejor que nunca.
   Irvine Welsh fue el causante indirecto de que Danny Boyle dirigiera Trainspotting, una de las mejores películas que me he echado nunca a la cara, y desconozco la medida en que su guión tomó prestados pasajes de la novela, pues no la he leído, pero este tipo, de cualquier modo, los tiene cuadrados. Crimen rezuma toda la energía y violencia de la que, Ewan McGreggor y Lou Reed mediante, hacía gala el film de Boyle, con unos diálogos rápidos y soeces, unos personajes del gris más oscuro y, sobre todo, un humor negro pasado de rosca sencillamente delicioso. Ver, si no, cuando aparece sin venir a cuento un cocodrilo gigante y hace estragos, o algunos diálogos bastante subidos de tono entre Lennox y Tianna.

El adorable cocodrilo de marras

   Además de toda esta energía que impulsa eficazmente la lectura (salvo en el bastante soporífero comienzo, que la historia tarda como doscientas páginas en despegar), Welsh consigue un logro muy importante en su caracterización de Ray Lennox. La mayor parte de la trama de Crimen (dividida en dos líneas narrativas, la del horrible pasado de Lennox y la de su atribulado presente) la observamos a través de sus ojos, y es con diferencia el personaje más trabajado y psicológicamente complejo, ganando que el lector empatice (que no simpatice, porque el tipo es, para qué nos vamos a engañar, bastante capullo) con él, y que sienta en carne viva sus golpes, sus resacas y sus paranoias. El andoba ve pederastas por todas partes, lo que se dice todas, y nosotros llegamos a sentir como nuestras sus neurosis y su tensión. Porque lo mejor del libro es eso, el genuino suspense que transmite, y es que es un no parar desde que los dos protagonistas se conocen (la niña está muy bien dibujada también, con pinceladas breves pero precisas) hasta la traca final, con tiros, hostias, sangre y más tacos, como estaba previsto. 
   Una gran novela policíaca, de ésas que aparte de estar bien escritas y conseguir enganchar (el logro máximo al que puede aspirar cualquier obra literaria) ilustran sobre temas incómodos de la actualidad, como es el caso de la pederastia, el abuso de menores, las drogas, la violencia en el deporte (sic) o incluso los trolls de Internet. Casi diría que se trata de un libro necesario, pero lo mismo es demasiado entretenido y divertido en su siniestro modo como para merecer tal consideración. Leedlo y punto. 

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